Hay quienes caminan sobre brasas encendidas, otros caminan sobre alambres pero, eso no es nada, muy pocos valientes se atreven a caminar en el despeñadero de sus propias consciencias y de sus emociones y sentimientos ocultos. 

Esos sí son valientes. Esas verdades ocultas, esos temores acorralan al más pintao, diría el filósofo.

Por eso en mi casa ya no hay problemas, cuando mi mujer grita, yo me callo y, cuando yo grito, ella me calla. Eso es sabiduría pura. Nunca preguntes nada a una mujer, a menos de que te gusten los deportes extremos. Hay que entender que esto nació con la revolución femenina, se ha armado un desbarajuste fenomenal. Porque lo que ellas buscan en un hombre es: comprensión, atención, ternura, detalles, en pocas palabras, lo que ellas buscan es a una mujer, porque los del sexo opuesto somos todo lo contrario. Esto, no es que yo me queje, es lo que los hocicones andan diciendo por ahí. 

El silencio en el hogar lo puedes ver de dos maneras: desde el punto de vista de ellas o desde el punto de vista del sicoanalista. Los dos son válidos, sólo que el sicoanalista te da de alta en un año. Esto es lo que dicen los que saben, yo solo recojo la historia, como lo harían los costumbristas, porque soy un “animal de costumbres” pero no soy, de costumbre, animal. Sócrates decía: el matrimonio es algo de lo que el hombre siempre se arrepentirá; de haberlo hecho, o no… conste que lo dijo Sócrates. 

Me aventuro a pensar que Shakespeare, estuvo varias veces a punto de casarse, por aquello del to be or not to be; to be what, añadiría yo ¿soltero, o mudo?