De cara al arranque del proceso electoral de 2018, los partidos miden activos y pasivos para definir candidatos y estrategias.
 
Para los altos mandos de los partidos, valorar estructuras, conocimiento, niveles de aprobación y reprobación, resultan fundamentales para medir las posibilidades reales de triunfo.
 
Sin embargo, detrás de estos puntos, se esconde un factor que hoy atormenta a quienes deberán tomar decisiones: el miedo.
 
En el frente panista-morenovallista existen dos circunstancias de miedo. La primera es la posibilidad de una ruptura con Ricardo Anaya que provoque la designación directa de un candidato ajeno al grupo y el otro, está centrado en un eventual crecimiento del abanderado de Morena, que provoque que el voto ciudadano se desborde en las urnas, dejando a la estructura estatal sin opciones de contención. 
 
En este escenario, el miedo crece, dado que  una derrota de la esposa de Rafael Moreno Valle, implicaría la muerte política del grupo.
 
Digamos que es tan grande ese miedo, que no habrá candidato azul, hasta que Morena no haga oficial el nombre de su candidato.
 
Por su parte, Morena vive en Puebla con los mismos miedos que aturden la mente de Andrés Manuel López Obrador desde el año 2006: sucumbir ante una nueva elección de Estado.
 
Para nadie es un secreto que en este momento los poderes fácticos se mueven para impedir el triunfo de AMLO y su partido-franquicia.
 
Y en nuestro estado las cosas no serán distintas a las nacionales, con la particularidad de que aquí Moreno Valle va a encarecer el proceso a grados insospechados que irán mucho más lejos de lo que es una elección de Estado.
 
En este caso, el miedo de Morena está más que justificado y creo que la palabra correcta debería ser "pavor".
 
Pasando al PRI, su miedo es digno de un Thriller. Su primer miedo es hacia ellos mismos. Los negativos de Peña Nieto los hacen altamente vulnerables y sus derrotas electorales en Puebla los marcan como un partido en crisis. 
 
La única condición que podría ahuyentar esos miedos es el resurgir de su candidato, apoyado en la crisis nacional del PAN y la bivalencia PRI-PAN de José Antonio Meade en caso de ser su candidato.
 
Así las cosas, los próximos meses serán un Halloween permanente para los tres partidos políticos y para sus suspirantes.