El grito estentóreo atravesó los tendidos, el ruedo, el cielo, llenó todo el ambiente y se fue saltando cerros hasta los potreros de Tetla y Terrenate. Después, por las redes sociales se escuchó en todo el mundo –espero que se haya oído en los despachos de las autoridades del Estado-: “¡Cuarenta y dos ganaderías en Tlaxcala y no encontraron algo mejor?”. Fue el grito de sublevación. El público harto del catálogo completo de trampas, ovacionó al que lo espetó con la misma fuerza que abuchearon al ganadero cuando Sergio Flores le brindó una de sus sardinas. ¡Histórico brindis, de pena ajena! Salió tullida la borregada. Ofrezco disculpa a los borregos, esperando que no se ofendan con esta comparación.

La presencia de siete toritos con estampa de erales adelantados -no sé si captan mi doblón para salir bien librado- moruchos de cuerna corta natural restando centímetros con acomedida intervención humana, parecían cadetes recién salidos de la peluquería, y por si fuera poco, descastados hasta la desesperación, más débiles que los argumentos dados por una hija soltera embarazada.

La primera corrida de la feria fue una vergüenza. ¡Indignante trasgresión a los dogmas del toreo! Qué maltrato para la gente que pagó un dineral por ir a ver a Sebastián Castella y a Sergio Flores en el mano a mano de la ignominia. Los dos alternantes compitieron para ver quién se atrevía a más con menos, premio al que descargara más la suerte fingiendo que estaba toreando, aunque Sergio tuvo mayor vergüenza e intento verse más sincero.

Una corrida que se desplomaba a soplidos. Los picadores tuvieron un día de asueto. Durante el fiasco, todos tuvimos la culpa: la empresa que orquestó “la gran estafa”, las administraciones que seleccionaron lo más joven, ligero, descastado y corniausente para Castella y Flores, el ganadero Javier Sordo que se prestó a la engañifa, la autoridad que aprobó los siniestros toros, y nosotros, los espectadores, que toleramos que nos faltaran el respeto así, porque hubo gritos, pero este embuste requería el estallido de una bronca épica, fenomenal, histórica.

Es cierto, debemos guardar respeto a los toreros, porque se juegan la vida en la arena, pero eso no les da derecho a robarnos con descaro. Y que no salga alguien en su defensa, a decir que ellos no saben lo que les va a salir por la puerta de chiqueros. ¡Sí lo saben y muy bien!, porque las figuras tienen veedores que escogen los animales en el campo.

Ojalá, los toreros de Tlaxcala, Sergio Flores mismo, Uriel Moreno El Zapata, José Luis Angelino, Angelino de Arriaga, Gerardo Rivera, Alejandro Lima El Mojito y los que sin querer he olvidado mencionar, ellos que son los que pueden con los bravos y encastados merengues de su tierra, piensen en la grandeza y en la verdadera gloria del toreo. Ojalá, quieran romper a bueno y hacer una fiesta sin estafas, mediocridades y condenada a la desaparición casi en todo México. Una fiesta renovada que sólo se dé en este bellísimo estado, una fiesta diáfana en la que prime la ética sobre la estética, es decir, el toreo verdad sobre lo “bonito” y de relumbrón.

No lo duden, el fraude de corrida con el que nos embaucaron ayer,  se lo debemos a Sebastián Castella que es la figura con capacidad para imponer a Xajay en Tlaxcala, si no, vean que ganaderías siguen para las siguientes corridas del serial: De Haro, La Soledad y Rancho Seco, ¡la cosa ya huele a pulque! Y falta más de la mitad de la feria para reivindicarse.

La nefasta tarde del dos de noviembre del año que corre, hubo un grito más cuando se lidiaba la marmota que hizo las veces de toro de regalo: “¡Castella, gracias por el esfuerzo!”. La gente es noble y no sabe, lo ignora, ¿cuál esfuerzo?, el único bofe que echó el gabacho fue por vernos la oreja y para llevarnos al baile con una impudicia infame en una pantomima insultante.