A 28 años de su fundación, el Partido de la Revolución Democrática va en caída libre, mostrando que en su interior no hay “tribus”, sino “bárbaros”, ya que en el caso de las tribus, éstas se organizan y buscan convivir con sus vecinos para evitar guerras.

Puebla amaneció este lunes con la novedad de que hay dos presidentes del sol azteca: la presidenta elegida legalmente en 2014, y que aún y cuando es inminente su expulsión, Socorro Quezada puede dar la batalla legal; y el otro, Carlos Martínez Amador, presidente designado en un consejo estatal del cual no se conocen los nombres de los 115 que asistieron, ya que no hubo una autoridad que como en años anteriores corroborara que realmente eran consejeros.

En la ambición y deseo de venganza por parte de Moreno Valle en contra de la oposición, mandó a darle desde la Ciudad de México un golpe de Estado a Socorro Quezada y para ese efecto utilizó a uno de sus plomeros de cabecera, Luis Maldonado Venegas.

Sin embargo, lo que no hicieron bien fue el seguir el estatuto, ya que el domingo se constituyeron en Consejo Electivo cuando debieron sesionar para emitir una convocatoria, avalada por la Comisión Nacional de Elecciones y poder designar en una semana al nuevo presidente.

Las consecuencias de esta decisión será que en los tribunales haya altas probabilidades de que se desconozca la realización del consejo y si bien, Socorro Quezada Tiempo ya no será presidenta, se nombrará a un delegado o delegada con facultades administrativas, adicional a Dulce María Arias Ataide, quien se encargará de todos los temas electorales.

Hay que decir que Carlos Martínez Amador está consciente de que puede quedar fuera, por eso solo va a solicitar licencia en el Colegio de Bachilleres, cuyo sistema coordina, para no quedarse sin trabajo en caso de un revés legal.

Lo que se ve en estos momentos es que ya tienen un presidente espurio simplemente por no poder controlar las ansias de sacar a una de las dos voces más críticas del Congreso del Estado y que retó a Moreno Valle al obligarlo a que el PRD participara solo en 2016 y que obtuviera casi el 5 por ciento de los votos cuando todos pensaban que no llegaría ni al tres por ciento.

En conclusión, el desaseo político morenovallista volvió a hacerse presente en Puebla, ahora en la sede perredista.

No podía ser de otra manera. Es su naturaleza.