Los partidos políticos que vayan a jugar contra el aparato electoral del ex gobernador Rafael Moreno Valle deberán ajustar muy bien sus respectivas estrategias, más allá de los candidatos con los que decidan ir a las urnas en 2018.

A la designación de Carlos Martínez Amador al frente del Partido de la Revolución Democrática en lugar de Socorro Quezada; de Fernando Morales Martínez, en el Movimiento Ciudadano; y Jesús Giles Carmona, en Acción Nacional se deben añadir otros factores que ocurren a ras de piso y al margen del escrutinio público.

La maquinaria electoral con la que han competido con más éxito que fracaso desde que arribaron al poder, sigue intacta y hasta mejorada. No es extraño que muchas de las conclusiones de las sesiones de trabajo periódicas de los coordinadores de estructuras sean entregadas en la oficina del operador electoral de Moreno Valle, el diputado federal Eukid Castañón Herrera. 

Con el despojo de la dirigencia perredista ejercido en contra de Quezada Tiempo terminaron por arrebatar un bastión del Movimiento de Regeneración Nacional en el estado, incluido el patrono de la escena, el senador Luis Miguel Barbosa, coordinador de Organización en el estado.

Llegado el momento, los representantes de casilla de la coalición electoral local serán una abrumadora mayoría. La superioridad numérica y de recursos frente a la estructura con la que se pueda contar en las filas del PRI o del propio partido de Andrés Manuel López Obrador, las dos fuerzas políticas que desean pelar por el poder local, terminarán en una escena que bien podría definirse como bullying electoral.

Ese cálculo aritmético elemental meterá presión entre quien trabaje con el ejército de seguidores o simpatizantes para vigilar la jornada electoral del primer domingo de julio, en cuyas casillas habrá una auténtica sobrerrepresentación del grupo dominante.

Imaginar en la mesa receptora de votos a un representante del PAN, PRD, Nueva Alianza, Movimiento Ciudadano, Compromiso por Puebla y otras entelequias parece una broma del destino político frente a los representantes que podría tener el PRI y Morena: dos, si es que llegan a cumplir con la tarea para la que se comprometieron o fueron escogidos.

Aunque claro, siempre estará el viejo recurso de la persuasión en la víspera de la jornada, el amago o la compra de voluntades. Así opera el sistema porque en la lógica de la disputa por el poder se juega el todo por el todo. 

Nadie está dispuesto a perder y sin embargo, conviene preguntar si los partidos políticos que se dicen dispuestos a ir a una guerra sin cuartel tienen el cálculo adecuado y el remedio para no ser arrollados como ha sucedido en el pasado con la locomotora del presente. ¿Será?