¿Por qué cambiamos tanto, qué fue lo que nos torció, por qué hemos dejado de creer y de soñar, por qué? 

Hay miles de razones y todas son cruelmente válidas. Son tan dolorosas que las hemos enterrado en lo más profundo de nuestra mente. El problema es que eso que enterramos hace años, por lo general, se pudre y al podrirse nos pudre no solo la vida, sino el físico, nuestra capacidad de amar, de creer, de vivir plenamente, etcétera.

Esas malvadas y torcidas emociones enterradas en el alma, nos convierten en algo totalmente diferente a lo que fuimos o pudimos ser, cuando no había límites para nuestra imaginación ni para nuestros sueños de vida. 

Y ya de adultos cuando aparece otra malvada emoción que nos destripa el alma, invariablemente nos aconsejan: “Ya dale la vuelta a la página”. Obedientes, le damos vuelta con la intención de olvidar aquello que nos oscureció la vida. Nos sentimos muy logrados por haberle dado la vuelta a la mentada página, pero cometimos un grave error; le dimos vuelta a la hoja pero sin haber leído y analizado a profundidad lo que decía.

En pocas palabras; no aprendimos nada, simplemente intentamos olvidar y enterrar nuestros dolores más terribles pensando que así podríamos ser felices. Grave equivocación porque esas penas se harán presentes una y otra vez en nuestra vida, y a veces manifestándose destruyendo hasta nuestro propio organismo, nuestro malamente amado cuerpecito, reaccionamos con rabia y nos sumimos en una profunda soledad. 

Vamos recordando nuestro pasado, nuestra infancia, analicemos nuestras penas con valor, pero sin juzgar ni justificarnos porque siempre seremos mártires incomprendidos (cosa que es cierta), pero la vida, la paz y la felicidad personal valen la pena… Buena suerte, lector querido, a la mejor hasta llegamos a amarnos un poco al comprender por qué determinados sucesos nos destruyen .