¡Órale!, miren ustedes que a tiempo. Resulta que hubo algún error, pero nada como percatarse con oportunidad y corregir. Un traspié de lo más tonto. Resulta que los vendedores de Enrique Ponce junto con los de la empresa, se habían equivocado al escoger los toros de Julio Delgado. Metimos las cuatro patas hasta las ingles, pensarán las administraciones poncista y la de Tauroplaza México y por ello, enmiendan la suerte. Digo, será cosa del torero valenciano, porque Joselito Adame está para que lo manden las figuras españolas y El Payo…  también. ¡Hombre!, por favor, lo que usted ordene es perfecto, maestro, que no está el horno para bollos ni la magdalena para tafetanes.

Nadie lo expresa abiertamente, pero se entiende que reconocen que con los flojos camotitos corniausentes presentados en las dos corridas pasadas, se les había ido un poquito la mano y han mandado por las cocas a don Julio Delgado, para sustituir lo suyo con tres toros de Barralva. La duda es si serán del encaste del Saltillo. Supongo que sí. Una cosa es querer enmendar y otra, liarse con los “atanasios”. ¿Y los “teofilitos”?. Esos sí se quedan. Así, la torería irá más cómoda y el público saldrá toreando desde los mismos túneles del coso y todavía el lunes, en cueros, con la toalla seguirán pegando chicuelinas. ¡Que felicidad inmensa!.

Cambian sólo la mitad de la corrida, que tampoco es para tanto. Al fin y al cabo, los bichos de la ganadería de Teófilo Gómez se dejaron bien, hubo faenas muy bonitas. Insulsas, intrascendentes y desabridas, pero muy bonitas. Arte y sensaciones placenteras es lo que se busca, cosas, modas y procederes de la posmodernidad. ¡Madre mía!, pero si tenemos el gozo estético que produce el descubrimiento de la bravura “detenida” -o sea, ¡el verdadero milagro mexicano!- sería absurdo cambiar el comportamiento borreguil y dulzón de la teofilada por algo más bravo, ¿y cómo para qué, oiga?. Se trata de cortar orejas.  Al fin y al cabo, los aficionados que no tragan son unos cuantos, los otros, se conforman con más docilidad, flojedad y nobleza que la de los novillines que están aplaudiendo.

Son peculiares los arreglos de la empresa de la Plaza México. Todo lo hace tarde. Arma los carteles bajo la premisa del “a ver si es chicle y pega”. Sin embargo, ¡qué carajo!, parece que este año no está pegando. A cambiar las cosas de último momento, porque las vueltas de la reata se están acabando y no da para más. Estos serán días de hablar de bondades en el servicio al cliente: estamos para complacer al público, queremos garantizar el espectáculo y la madre que los parió.

A mí, sinceramente, que cambien los toros de Julio Delgado por Barralvas me da igual. Lo que me pregunto es cuándo el señor juez, sus asesores y veterinarios pensarán en la dignidad de los espectadores, para evitar que sigan siendo pisoteados por toreros, empresarios y apoderados. Si nadie lo va a hacer, ya es tiempo de que nosotros los aficionados velemos por la integridad del toro y que empiecen las lidias leales. ¡Basta de becerretes débiles aprobados como toros!, basta de pitones serruchados y de tontines con pequeños cuernos.

El asunto es muy sencillo, la casta torera se demuestra toreando toros bravos, adultos y bien armados. Lo demás, es rollo sandunguero. Así que nada, esta es nuestra fiesta mexicana, es decir, es como hemos querido hacerla nosotros los espectadores.

¡Ah! y se me olvidaba, el domingo, en primer turno, habrá que soplarse el número del caballito. Sólo una cosa, señores rejoneadores, el principal atributo de un toro son los pitones, no sé si captan lo que entre renglones les estoy diciendo.