Pocas derrotas de un aspirante a la Presidencia de la República, en cualquier partido, han alcanzado los grados de humillación y fracaso como la del ex gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, en este 2017, en el Partido Acción Nacional (PAN). 

Por el dinero que gastó, la soberbia que demostró, la megalomanía que lo acompaña y las expectativas que generó en su grupo político, la caída del panista es estruendosa. 

El virtual candidato de Por México al Frente (PMF), que integra al PAN y los partidos de la Revolución Democrática y Movimiento Ciudadano (MC), el ex dirigente nacional albiazul, Ricardo Anaya Cortés, sepultó literalmente desde el primer momento a Moreno Valle y le ganó en su propio terreno, el de los juegos dobles y perversos, de las simulaciones, del abuso, la mentira y la traición.

El dicho aquel de que “nadie sabe para quién trabaja”, se cumple al pie de la letra en el caso del ex mandatario, pues fue él quien construyó e impulsó la alianza de la que hoy se beneficia el queretano Anaya.

Si bien el también llamado joven maravilla está destinado al fracaso en la contienda constitucional contra el abanderado priista José Antonio Meade Kuribreña y Andrés Manuel López Obrador del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), por lo pronto en el contexto interno le ganó rotundamente al poblano con sus propias mañas y despojándolo de sus aliados.

En términos boxísticos le propinó un nocaut —¡cloroformo puro!, dirían los cronistas del cuadrilátero—, y el poblano ni las manos alcanzó a meter.

El caso llama a la reflexión sobre quién es en realidad Rafael Moreno Valle.

Es o fue el estratega audaz y el gran estadista, o simplemente un político que había tenido, hasta ahora, el viento a favor y que supo aprovechar las coyunturas.

La campaña de la “transformación de Puebla” no le sirvió en su sueño presidencial, pues nunca salió del sótano de los aspirantes panistas y, en cambio, careció de imaginación y capacidad para reaccionar ante los obstáculos que le fueron poniendo Anaya y su grupo en el camino.

Lo que sí le pesó fueron su mala imagen de gobernante sin tolerancia, excluyente, sectario y elitista.

¿Dónde quedó el gran estratega que tenía comiendo de su mano a gobernadores del PAN y a la mayoría de sus legisladores en las dos Cámaras del Congreso de la Unión, como decían sus allegados?

En realidad nunca existió. 

Apenas salió de Puebla para enfrentarse en una interna en el contexto nacional, Moreno Valle desapareció.

Cómo se parece este Moreno Valle de hoy, a aquel joven que en 2005 tuvo que contener sus ansias de ser el candidato priista a la gubernatura, pero que fue arrasado por Mario Marín.

Aquel que en el acto de destape del ex mandatario estaba cabizbajo, extraviado y haciendo esfuerzos sobrehumanos para disimular la furia.

Sin embargo, ahora mismo el pleito entre Anaya y Moreno Valle dista mucho de haber terminado y, en cambio, tomará nuevos escenarios.

El poblano buscará venganza y Anaya no cejará en su avasalladora intención de anularlo.

El futuro político del primero es directamente proporcional al fracaso del segundo.

De ahí que sea previsible que Moreno Valle apoye, por debajo del agua o descaradamente a la vista de todos, al candidato del PRI, su amigo y aliado: Meade.

En tanto, habrá que ver si Anaya le permite al ex mandatario poner a los candidatos, federales y locales, principalmente a la gubernatura, en Puebla. No le conviene al PAN y menos al de Querétaro. Sería como dormir con el enemigo.

El hoy virtual candidato a la Presidencia sabe que Moreno Valle lo podría traicionar. Es más, debe estar seguro.

La aniquilación política de uno al otro, al menos dentro del PAN y en la contienda por Los Pinos, es el resultado previsible.