La cadena de desencuentros entre Ricardo Anaya Cortés y Rafael Moreno Valle datan de hace casi tres años cuando el primero se hizo de la presidencia nacional del PAN, en octubre de 2014.

Es la historia de una relación política que se tejió sobre la base de acuerdos endebles e incumplidos por uno; y el abuso personal del otro que llevó al sisma que provocó la peor crisis en la vida pública de Rafael Moreno Valle, luego de la frustrada pelea por la candidatura presidencial.

Desde entonces no ha habido más que hiel entre ambos personajes que llevaron al terreno de la hostilidad una relación pública, de correligionarios. Lejos quedó el tiempo en que cuando la cooperación y contubernio entre los dos perfiles dominó para hacer a un lado a quienes se atravesaron en sus respectivos caminos.

El trago más amargo de todos los que ha tenido que tragar el ex gobernador fue cuando a finales de ese 2014 Anaya y él coincidieron en un informe de un gobernador. Ubicados en primera fila, el poblano dijo al reciente estrenado jefe nacional del PAN que era necesario un encuentro privado, lejos del escrutinio.

Cómo telón de fondo, Moreno Valle había puesto al cerillo Anaya Cortés recursos políticos, económicos y logísticos para hacerse de la dirigencia. Esas facturas había que cobrarlas y bien, aunque los anticipos del cobro ya eran patentes con posiciones en el CEN panista.

La anécdota fue contada en primera persona, por un testigo presencial. Llegó Moreno Valle a la cita pactada con el paso tranco, cuando fue parado en seco por un ujier: el presidente está ocupado, dijo de frente.

En efecto, el dirigente panista que en buena medida había sido lo que fue como hasta hace unos días, atendía a otro gobernador.

Vinieron los malos modos, platos rotos y el encono que no han podido ser superados. Ricardo Anaya dijo a quien hasta la semana pasada fue su adversario en la interna: que te quede claro, ahora soy el presidente y tú uno más de los gobernadores que el PAN tiene en el país. Las cosas ya cambiaron.

Desde ese diciembre de 2014 han pasado varios de los peores desencuentros que hoy ubican a cada quien en cada extremo, lo que parece complicar cada vez más un espacio para la negociación política a la hora de la definición de candidaturas. La confianza está rota.