Cómo entender que un político que viene de una corriente relacionada con el nacionalismo al interior del Revolucionario Institucional, ahora encabece a una corriente opositora que durante varios años se ha convertido en una especie de herejía política: querer sustituir al bipartidismo encabezado por el PRI y el PAN.

Un primer elemento es que ese partido del que procede, el PRI, se ha recorrido en una coordenada imaginaria que ha ido poco a poco del centro a la derecha. Lo que abrió la puerta a rupturas que al interior del tricolor encabezó el ingeniero Cárdenas, Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, en la década de los años ochenta, 1987, para ser más precisos.

Para comprenderlo, es preciso entender que ese recorrido hacia la derecha, al que se ha sumado el PRD, es la expresión de medidas que han tomado las élites en el mundo y que se orientan a supeditar a las masas a nuevas formas de poder que se distinguen de las que existían en el mundo bipolar EU-Rusia, ya superado.

La esperanza salinista de que el país se subiría al tren de los países desarrollados, con la apertura de los mercados y la firma de acuerdos comerciales, jugó un papel muy importante en el convencimiento de ciertas franjas de la población (capas de la clase media que dieron su aval a los fraudes electorales), para darle sustento a la transición hacia el modelo de nación sustentada en una economía de mercado.

Sin embargo, ha fracasado el mundo de la globalización imaginada como meta del progreso mundial que gozaba de consenso. El progreso, que tendría como origen el hecho de que las naciones se embarcaran en la globalización mundial, y que para ello era imprescindible someter a la población a una serie de sacrificios económicos y sociales, ha sido unilateral desde el punto de vista social en medio de un contexto se rearticula en torno a China y Rusia.

Se desmorona el sistema regional, bajo la hegemonía norteamericana, de economía de mercado mundial abierta al comercio y sostenida por acuerdos comerciales regionales, que proponían una prosperidad para las naciones que participaran de ella. Y con ello, ocurre también un debilitamiento de aquellas corrientes que ajustaron sus programas hacia esas posturas.

De nueva cuenta las élites han roto con sus promesas: las metas y las formas organizativas que le darían legitimidad a la globalización han terminado por mostrar que la supuesta armonía de intereses mundiales globalizadores, en realidad están adheridos a intereses asociados al poder. Los poderes “nativos” no comprenden lo que ocurre y tristemente van a la zaga ante una realidad que los ha rebasado.

Son inmensos poderes que se encuentran detrás de los gobiernos, los que finalmente marcan la pauta hacia la reorganización del mundo, en función de sus intereses sin que los acompañen nuevos discursos, que no sea la defensa de sus fronteras. La consistencia china y rusa hacia la globalización son fuerzas económicas que se deslocalizaron de las antiguas regiones capitalistas clásicas.

Las élites chinas que aparentemente empujan hacia modelos que sostienen la dinámica de una sociedad de mercado, son, en parte, los mismos que fueron desplazados de puestos de poder al interior de las élites inglesas y norteamericanas.

El progreso globalizador ha significado una rearticulación del poder al interior de la sociedad. Lo que, por otra parte, explica la resistencia en el mundo a la aceptación de lo que ha sido una simulación, es la desarticulación de la vida societaria que ha sido colocada “a tiro de piedra” de las nuevas élites.

La resistencia norteamericana a la globalización es una resistencia hipócrita, de nuevas formas de acumulación por desposesión. Mientras despotrican contra la globalización, ese mismo discurso es utilizado para proteger a sus propias élites profundizando la explotación local de las capas más desprotegidas como los migrantes que trabajan ilegalmente, a los que, ante el discurso de la amenazante de la expulsión-deportación se les obliga a contratarse en condiciones más desventajosas.

La recomposición del mundo social no encuentra otro camino que no sean nuevas formas de acumulación salvaje de capital. Ha logrado penetrar al fondo de las capas y subcapas que integran al conjunto de la sociedad, reorganizando a sus componentes que antiguamente ocupaban espacios en la parte media, y los ha lanzado hacia las partes bajas, enviando a capas de la población hacia las clasificaciones hechas por los administradores del poder: los pobres.

Algunas capas de la clase media han sido expulsadas hacia otros segmentos sociales como parte de la lógica del reacomodo que el poder ha llevado a cabo en su interior. En cierta medida la corrupción y la violencia se explican por la resistencia de algunas capas a perder el lugar que habían ocupado en el pasado. Antes de perder sus posiciones se alinean con grupos delictivos o no dejan pasar la oportunidad de enriquecerse ilícitamente cuando ocupan cargos públicos.

El individuo (discursivamente presentado como el “emprendedor” por el modelo de mercado), en la realidad ha sido lanzado no al vacío, sino a las manos de los sistemas financieros, a un pulular de negocios que, con el discurso de ofrecer un beneficio, en realidad los esquilman apropiándose de sus bienes de manera soterrada: van desde casas de empeño, sistemas de préstamos a jubilados y pensionados, hasta tiendas que venden bienes electrónicos.

Las élites locales se encuentran aterrorizadas por lo que ocurre, porque ante la descomposición del mundo global en el que soñaron. No alcanzan a figurarse un sistema que sustituya a la decadente globalización pintada por el salinismo que, por cierto, quiso renovar su discurso con un libro que describía una realidad a la que apostó en el pasado pero que ya no existe como proyecto al que pretendía eslabonarse a la Nación.

El 2018 causa preocupación y existe suficientes fundamentos para ello. Las corrientes que se enfrentan ahora, las que han conducido el destino de la nación, no tienen proyecto alternativo ante el fracaso del modelo globalizador y el nuevo discurso de su principal promotor: EU, una nación que poco a poco es sustituida en parte por sus propias élites como potencia comercial y, poco a poco, militar.

El nacionalismo radical obradorista también se empieza a desplazar a hacia caminos fangosos, suma cantidades sin renovar la calidad de su propuesta.