Más vale tarde que nunca. Llegó la hora de recuperar el tiempo y la vergüenza perdida, sobre todo esta última, porque no sé a ustedes, pero el que firma este texto ya llegó al punto de que se avergüenza por ser aficionado a este desgarriate sangriento y falaz llamado fiesta de toros. Lo digo por tanta engañifa, trile y fraude que nos aplica la mafia siciliana del toreo.

Se preguntarán qué se fumó este escritor. Nada, se los aseguro. Lo que me movió a redactar el párrafo anterior, se debe a que un buen amigo me envío el cartel de una corrida que darán el diecisiete de marzo en Teziutlán, plaza de El Pinal, en la que se va a lidiar un encierro precioso de Piedras Negras.

Esa corrida ilusiona. El Conde, José Luis Angelino e Israel Téllez matarán a los bravos toros tlaxcaltecas. Imagínense ustedes que los tres diestros decidan dignificar el cochinero y dejen intactos los pitones de los piedrenegrinos y que, también, el ganadero decida subirlos un poquito más durante este mes que falta para el festejo. Ya sé que peso no significa trapío, pero cuando los merengues son cuatreños como estos, los kilos los adornan aún más.

Esta es una magnífica oportunidad para recuperar la brillantez de la lidia que amamos tanto y terminar con el palmoteo de los charlatanes de la tauromaquia. Los de la empresa decidieron poner las fotografías de los majestuosos toros en el cartel, cosa que aplaudo y que deberían hacer todos, pero que dadas las sardinas que casi siempre se lidian, por motivos de mercadotecnia, no pueden mostrarlos antes de abrir la puerta de toriles.

Miren ustedes el porqué de mi entusiasmo: pelajes cárdenos brillantes como destellos de plata, pitones astifinos, cajas hondas, musculatura y ya en la arena, garantía de peligro y emoción en cada lance y en cada muletazo. Bravura acometida tras acometida.

Ojalá, a los tres matadores anunciados se les ocurra apostar por la dignificación de la tauromaquia, o sea, por recuperar el laurel de héroe que le corresponde a los que se juegan la vida en la verdad del toreo. Si hacen eso, muchos seguiríamos su estela para siempre. Ojalá, se atrevan con un manifiesto taurino dictado en la arena: Toros con edad, leña en la cabeza y trapío, eso ya pueden darlo por descontado. Además, que los coletas se pronuncien por un no a la segueta, otro no a la puya “leona” y manden que los puyazos se den medidos y luciendo la bravura de los toros. Con eso, nos daremos por espléndidamente bien servidos. Lo que pase en la muleta y la espada puede llevarlos al triunfo o no, pero lo que nadie les podrá arrancar nunca será nuestro reconocimiento y la veneración que sentiremos por ellos.

Si se da así, esta corrida será el bicarbonato de sodio que nos alivien las náuseas y el gesto crispado de quien está a punto de vomitar, que nos han dejado los últimos tiempos taurinos, por enumerar algunas cosas lamentables de la temporada grande en la Plaza México: las insufribles “teofiladas”, la engañifa que fueron los jóvenes “ferdinandos”, el habernos soplado a espadas incompetentes que se debieron haber retirado hace años. En plan más directo, que nos ayuden a digerir el desastre de Ginés Marín disparando descabellos como torreta alemana en el desembarco a Normandía,  El Juli y su malhadado regalito, de nuevo, el Juli y sus estocadas escupiéndose de la suerte; el exceso de Adames que nos ha empachado de toreo ordinario. Asimismo, matadores incompetentes que dejaron ir toros estupendos, pecado que no perdona ni el mismo Francisco I. Sumado a lo anterior, lo visto en plazas de provincia donde las cosas son todavía peores, incluida la noticia del nuevo petardo de Emiliano Gamero en Cañadas de Obregón, que siendo rejoneador, mandó a un picador a pegarle puyazos al pobre toro; cosas, todas estas, que aumentan la mala leche y la indignación por el cinismo y la fanfarria triunfalista de torerillos vulgares que, descarados, nos agobian y asaltan en despoblado.

Con la promesa de la tarde que se avecina, renace la esperanza. Por fin, veremos una verdadera corrida de toros. Voy a ir a Teziutlán. Iré a aplaudir a los tres coletas, pero quiero hacerlo con todos los honores y comprobar con plena satisfacción, el por qué me gusta tanto la tauromaquia y me seguirá gustando, siempre que en la arena acometa un toro de verdad y lo domine un torero honrado, alguien que cuando pase frente a mí, con la boca llena de orgullo me haga decirle ¡Enhorabuena, maestro!.