En esta “democracia” tan sui generis que tenemos y padecemos en México, uno de los principales problemas es la ilegitimidad de nuestros gobernantes.

El linchamiento social no es obra de la casualidad, ya que en sentido real, son muy pocos los que votan a favor del presidente de la República.

Y en esa misma lógica, Puebla no es la excepción.

Veamos.

En mi columna de ayer desglosé la forma en la que se dispersará el voto en Puebla y concluimos que la cifra mágica para ganar la gubernatura es de 750 mil votos.

Recordemos estos números:

“Partiendo de la base de que la Lista Nominal es de 3 millones 850 mil votos, calcular que si vota el 60 por ciento, con una abstención del 40 por ciento, tenemos que votarán 2 millones 310 mil personas.

A ese número de votantes, mínimo hay que restar 115 mil nulos considerando el comportamiento del poblano, considerando un conservador 5 por ciento.

Cuando menos, otros 231 mil votos quedarán divididos entre las filas independientes y los partidos bonsai, con un 10 por ciento del votante.

Así las cosas, entre Martha Erika Alonso, Luis Miguel Barbosa y Enrique Doger se repartirán un millón 930 mil votos, no han más.

Suponiendo que uno de los tres logrará el 33 por ciento de los totales, obtendría 762 mil 300 votos.

Si el segundo lugar obtuviera el 27 por ciento, sumaría 623 mil 700 sufragios.

Y si el tercero se queda con un 25 por ciento de los votos alcanzaría 577 mil 500 votos.

Pese al aumento del Padrón Electoral, el próximo habitante de Casa Puebla requiere de 750 mil para ganar.”

Así como usted lo lee, sólo 750 mil personas harán gobernador o gobernadora de un estado con un padrón total de 3 millones 850 mil electores y con 6 millones 200 mil habitantes.

Del total de poblanos, el próximo gobernador habrá sido elegido por el 12 por ciento de la población total y por el 20 por ciento del Padrón Electoral.

Lo cual implica que de cada 10 poblanos en edad de votar, sólo 2 sufragarán en favor del que sea gobernador.

Con esa nula legitimidad es con la que intentan gobernar y esperan lograr consensos.

De ahí que el desgaste del poder hoy sea prácticamente inmediato, siendo las redes sociales las principales catalizadoras de este repudio antigubernamental.

Cómo diablos queremos que la sociedad respalde las decisiones de un gobernante, si prácticamente nadie votó por él.

Y esa misma fórmula matemática se repite elección tras elección en todo México, siendo el caso de Peña Nieto en ejemplo viviente de este sistema fallido de democracia.

El problema es que la solución todos la sabemos y no hay, ni habrá Congreso que se atreva a realizar la reforma constitucional que establezca la segunda vuelta electoral, para lograr que quienes nos gobiernen, cuenten mínimo —como en muchos otros países— con el 50 por ciento más uno para ganar.

Desafortunadamente, para quienes van llegando al poder, la segunda vuelta no les resulta políticamente rentable y la iniciativa vuelve a los archivos de San Lázaro a seguir durmiendo el sueño de los justos.

Y espero equivocarme, pero como dijera Don Teofilito: ¡Y seguirá!