Curioso que el proceso de nominación de la candidata a la presidencia municipal de Puebla por Morena, Claudia Rivera Vivanco haya estado marcado por un conjunto de señales que corren en paralelo y que dibujan un panorama lleno de contrastes.

Para quien no se ha permitido un asomo al perfil de la aspirante a gobernar la cuarta ciudad más importante del país, se puede adelantar que su propia candidatura constituye una provocación en sí mismo.

Fue hasta este fin de semana la secretaria de Diversidad Sexual del Movimiento de Regeneración Nacional, con estrechos vínculos con miembros, activistas y colectivos que han insistido en la ausencia de políticas públicas que pongan en un plano de equidad la defensa y promoción de derechos de lesbianas, homosexuales, transgénero e intergénero.

No es casual que justo el fin de semana que se conoce nombre y perfil de la apuesta de Morena por la capital, un organismo de la extrema derecha poblana como el Frente por la Familia haya demandado una agenda a candidatos por idoneidades para adopciones, freno a robo de autopartes y feminicidios, pero no contra violencia de género o crímenes de odio.

Pero si hacia afuera es todo un reto en la Puebla que por momentos parece no haber dejado el periodo decimonónico por conservador, hacia la militancia es un acto de audacia. Sólo decir que el candidato a gobernador por ese partido, Luis Miguel Barbosa Huerta es señalado de misoginia y que ahora deberá compartir el escenario con la abanderada en la capital, irremediablemente.

En el terreno de la competencia electoral, Rivera de Morena deberá enfrentar a otro Rivera, Eduardo, un ex edil de la capital que va por segunda ocasión por la presidencia y que se ubica en un extremo opuesto del que ocupa la morenista. Hombre de familia y de irrebatible decencia, es arquetipo de conservadurismo.

El anuncio de la candidatura de esta mujer también termina con un paradigma que envuelve la causa de Andrés Manuel López Obrador, el indiscutido líder las encuestas en la antesala del comienzo de las campañas presidenciales, a quien no se le conoce aún una posición firme respecto de la agenda LGBTTI.

Rivera Vivanco tiene una fortaleza que descansa en su género frente a las dos puestas del PAN con Eduardo Rivera y con el PRI con Guillermo Deloya.

En cambio entraña una debilidad en sí misma pues este perfil particular en una jungla misógina e intolerante podría estar lejos de alcanzar la condición de producto electoral competitivo.

Su causa deberá apostar por la siempre deseable madurez del voto ciudadano, aunque de sobra es sabido aún obedece a impulsos primitivos; pero también cuenta con variables que no deben desdeñarse: el ambiente anticlimático respecto del status quo y el crecimiento de Morena frente a la insatisfacción del ciudadano maduro.

Inteligencia, estrategia y empatía, serán precisos para tener la segunda presidenta municipal con un perfil menos atávico y con mayor apertura frente a expresiones de la sociedad injustamente desatendidas, ignoradas o silenciadas.