Esa fecha que surgió como resultado de la lucha por los derechos laborales y más tarde democráticos de las mujeres, finalmente se ha convertido en parte de un discurso institucional que finalmente le ha quitado el “filo” radical que antiguamente tenía.

Celebrar el “Día Internacional de la Mujer” ha servido para que, efectivamente, se haga conciencia acerca de tales derechos entre amplios sectores de la población femenina; sin embargo, poco a poco esa celebración ha sido asimilada por el sistema.

En algunos espacios, parece que el Día Internacional de la Mujer se asemeja más bien a un 10 de mayo o un 14 de febrero. A las mujeres se les reconoce con flores o con declaraciones con respecto a su condición de mujeres tanto de amigos, compañeros o familiares.

Pero en los hechos, la vida de las mujeres ha ido en reversa, debido a que se han confundido los derechos de las mujeres con ocupar un espacio público o el simple reconocimiento verbal. Por supuesto que nadie podría estar en contra de tales ascensos o reconocimientos.

El punto es que en un contexto como el actual la vida real de las mujeres va perdiendo sentido, así como la preocupación por sus derechos ya no históricos sino reales del ahora. Al politizarse, la vida y los derechos de las mujeres en los contextos reales se diluye en banalidades políticas.

Más preocupados por la celebración, el ocupar puestos en las listas de los partidos o en puestos de la administración pública o de la empresa privada, entre otros elementos, se pierde vista que los derechos de las mujeres tienen que ver con la realidad, la vida vivida, experimentada, y no con lo ya conquistado que ya está conquistado.

Bajo esa lógica, el “Día Internacional de la Mujer” como tantos otros días ya sea el Primero de Mayo o el Día de los Derechos de los Pueblos Indígenas, por lo menos debería replantearse al calor del mundo ahora llamado globalizado que ha creado su propia verdad.

Tantas celebraciones se prestan a la dispersión y desconcentración de la resistencia social.

Ese reconocimiento y apertura de espacios, como va acompañado de un marco institucional del reconocimiento de los derechos de las mujeres, ha servido más bien para que el antiguo movimiento de mujeres vaya siendo asimilado por el sistema.

Las mujeres, en espacios públicos o del ámbito privado, pueden mantener un discurso relacionado con los derechos de las mujeres, pero en la vida práctica son asimiladas por ingresos como diputadas, senadoras o alcaldesas, o bien, como ocupantes de puestos claves en las administraciones de los “maridos” así llamados cuando les conviene, cuando no hasta el apellido del esposo se quitan.

Cuando se independizan, hasta cierto punto, políticamente, las mujeres utilizan el mismo discurso de defensa de los derechos de las mujeres para blindarse de las críticas en su contra. El mismo discurso lejos de promover derechos de las mujeres los utiliza como capital para promocionarse personalmente.

Ahora resulta que cuando se cuestiona la conducta de una mujer metida a las actividades políticas, se ataca, entonces, a todas las mujeres, como si alguien tuviera una especie de derechos de propiedad sobre tales principios.

En el ámbito académico se teoriza a la mujer, la reproducción, los derechos sobre su cuerpo, pero la realidad no se modifica. El discurso teórico parece no tener contacto con la estremecedora realidad que viven los hogares mexicanos, los que más han sufrido por la política de eliminar los derechos sociales.

En la vida real, mientras se conmemora ese evento histórico, miles de mujeres son arrancadas de sus hogares con fines de trata. Jóvenes que van desde los 13, 14, 15 y 16 años, son abruptamente desmembradas de sus hogares y prostituidas.

Las chicas que son arrancadas de sus hogares responden a una geografía de las capas sociales que ocupan la parte baja de la escala social: son muchachas de regiones, ciudades, barrios y comunidades clasificadas por las élites políticas como “pobres”.

Mientras se conmemoran las luchas indígenas, miles de jóvenes mujeres pertenecientes a estos grupos son separadas violentamente de sus familias y arrojadas a la prostitución.

Lo anterior, ante la inacción del Estado que ha adoptado el papel de acompañante del sector privado y lo social le resulta incómodo. El problema es que el poder ha sido interiorizado por las mismas chicas, porque algunas de ellas creen encontrar al hombre de sus sueños y les resulta finalmente un padrote.

Las familias preocupadas por sobrevivir les prestan cada vez menos atención a sus hijas que, ante un Estado ausente y un crimen organizado activo, los resultados son miles y miles de jóvenes desaparecen sin dejar huella aparente.

El “Día Internacional de la Mujer” debería volver a su génesis, cambiar de estrategia que permita recobrar sus aspectos originales, plantearse nuevas metas en donde ese día sea un día que permita la transformación práctica de la vida de las mujeres y no el ascenso social por la vía de agenciarse el discurso feminista con fines personales.