Se llama Hugo y de él existen tan sólo tres imágenes borrosas de su rostro. Tez blanca, cara afilada y cabello castaño, de corpulencia media. Nada más. Sin embargo, el mapa delictivo está claramente establecido. No hay duda de su identidad, salvo una interrogante para la que no hay aún respuesta: el día en que la Fiscalía General de Puebla lo ponga a disposición, meta improbable a la luz del indicador que la víspera ofreció el rector de la Universidad de las Américas Puebla, Luis Ernesto Derbez sobre la impunidad reinante. 

De Hugo depende la campaña de miedo que ha pretendido imponer a través de mantas atribuidas al Cártel de Jalisco Nueva Generación, colocadas en los puentes peatonales de la zona metropolitana de Puebla; la guerra por la plaza en las inmediaciones del mercado de La Cuchilla; y hasta de la ejecución de un sujeto en Superama, a la altura de Zavaleta en noviembre pasado.

El trabajo de inteligencia la Secretaría de Seguridad Pública del Estado consiguió colocarlo como uno de los objetivos prioritarios del gobierno del estado. Hay testimonios, rutas, domicilios y audios del sujeto a la hora concertar actividades criminales, en Puebla, en el Estado de México y en Zacatecas.

La influencia del presunto delincuente se extiende al Centro de Reinserción Social de San Miguel, el sitio en donde ha pedido le fabriquen las mantas, que luego coloca en los puentes peatonales de la zona metropolitana de Puebla.

Sus orígenes, tan primitivos como su condición, forma de hablar y de escribir, según se puede escuchar en sus diálogos rupestres y escritura deficiente, está en la zona de los mercados del oriente de la ciudad.

Fue halcón y luego narcomenudista, hasta alcanzar a dominar esa plaza. En el sexenio de Rafael Moreno Valle encontró una actividad más lucrativa que la compra, distribución y cobro de drogas ilegales: el huachicol, el robo de combustibles consentido por los mandos de Facundo Rosas, el ex titular de la dependencia obligado a renunciar por sus ligas con la delincuencia.

Luego vino la embestida del gobierno de Tony Gali y el despliegue instrumentado por Jesús Morales Rodríguez, el titular de la dependencia estatal en coordinación con militares y marinos para frenar a las pandillas dedicadas al robo de hidrocarburo.

Ya sin mucho brillo en el robo de gasolinas, Hugo regresó por donde vino, sólo que la plaza ya tenía un nuevo patrón, de una extracción del cártel de los Zetas, con quien ahora disputa el control perdido.

En la división del grupo delictivo Hugo decidió ofrecer la plaza a la agrupación delictiva de Jalisco, considerada una de las más poderosas en el país liderada por Nemesio Oceguera El Mencho. El ofrecimiento, sin embargo, ahora no ha fructificado pues según estudiosos de este tipo de organizaciones de alcance global, vive un proceso de recomposición. En los grupos delictivos, como en toda empresa, hay prioridades y objetivos.

El mapa delictivo de este individuo, sus conversaciones y ligas con otros delincuentes de menor calado están en el escritorio del Fiscal General, Víctor Carrancá Bourget, ya a estas alturas considerado como uno de los servidores públicos que arrastra el mayor número de negativos, no sólo por la mala fama pública, sino también por la abulia en el encargo, para el que en mala hora votó el Congreso.

Es preciso recordar a ambos personajes: al delincuente de poco rango y su iniciativa idiota de traer a una sanguinaria agrupación delictiva a Puebla; y a un servidor público que sólo ha sido capaz de ver por sus intereses y los de su grupo, a cambio de cuidar la espalda de Rafael Moreno Valle, el ex gobernador que ordenó el uso de la ley como brazo ejecutor en la esfera política. Las narcomantas tienen nombre, y la cadena de mando mafiosa desde el poder, también.