Una vez cerrados los registros a las diversas candidaturas, a partir del lunes inició el desfile de los ardidos.

Sin dejar de reconocer que en todos los partidos políticos sus prácticas para definir a sus candidatos son verdaderos atentados contra la democracia, también hay que decir que ningún suspirante puede decirse sorprendido por no haber sido beneficiado por sus dirigencias partidistas.

Y aquí no hay excepciones, en todos los partidos las candidaturas fueron definidas por sendos dedazos de sus altos mandos.

Con características distintas, pero dedazos al fin.

En el caso del PAN, el primer dedazo marcó la pauta a seguir. La negociación entre Ricardo Anaya y Rafael Moreno Valle para hacer candidata a la señora del segundo, fue la señal de entrega del PAN y se los partidos de su alianza PRD y Movimiento Ciudadano para que las candidaturas fueran decididas por Rafael. En el PRI, el dedazo resultó impartido, aunque fieles a su estilo, la última palabra siempre salió del Comité Ejecutivo Nacional, con el palomeo de Los Pinos.

Si bien es cierto que Enrique Doger y Jorge Estefan fueron escuchados, al final, el dedazo fue presidencial.

Y en Morena, el partido de la nueva democracia nacional, engañó a su militancia con encuestas inexistentes, para que el dedito de “ya saben quién” impusiera a los candidatos.

Y así también sucedió en el Verde, Nueva Alianza, Compromiso por Puebla y el PSI, en donde los dedazos obedecieron a los compromisos locales de estos partidos, que no eran con otra persona que con Moreno Valle.

Evidentemente, toda la clase política de Puebla sabía que así sería, y los aspirantes tenían claro a qué jugaban.

Aquí nadie puede decirse sorprendido.

Pensar que sería diferente, resulta más inocente que escribir cartas a los Reyes Magos.

Claro que al no verse en las listas, los no favorecidos estallaron en ira y ahora se dicen engañados, traicionados, robados y hasta ultrajados.

Ni madre.

Todos sabían que en este país, la nomenclatura de la partidocracia manda por encima de sus lacayos.

Son las burdas reglas no escritas de estas franquicias políticas, en donde quien no les sirve es desechado como pañal desechable.

Ya vimos patalear a grandes beneficiados del PRI como Lorenzo Rivera y Leobardo Soto; ayer en Morena a Violeta Lagunes y antes lo había hecho Paola Migoya. En el PAN a varios yunquistas, en donde poco faltó para que Lalo Rivera hiciera lo propio hasta que le dieron su premio. En Nueva Alianza también Cirilo Salas ya hizo mimiquis y en los demás no cantan mal las rancheras.

Lo que no dicen es que cuando les tocó hueso, no sólo no se emberrincharon, sino que les pareció lo más democrático del mundo.

Cuando escuchen a un suspirante frustrado denunciar imposiciones, solo invierta la ecuación y descubrirá que en anteriores fórmulas, le tocó estar del otro lado.

Los exabruptos y los estertores de quienes se quedaron chiflando en la loma, son lo que en términos coloquiales se denominan ardidos.

¿No me digan que no sabían cómo se las gastan los dueños de sus partidos?

Y conste que estamos hablando de todos. Sin una sola excepción. Todos son iguales. Esto de la autocracia partidista no es un asunto de colores, ni de ideologías.

Es nuestra maldita idiosincrasia.