Erich Fromm se hace la pregunta de si la sociedad moderna es una sociedad mentalmente sana, en referencia a la del siglo XX, que vivió dos guerras mundiales y una era de aumento de las armas nucleares.

Su respuesta fue que, efectivamente, era una sociedad enferma, y para ello proporciona una serie de datos que muy bien podríamos, a manera de ejemplos actuales, tomar de nuestro contexto, como la reciente declaración del Ministro Israelí (Netanyahu), quien felicita a sus soldados por haber matado a 17 palestinos.

En este contexto las mismas élites de una sociedad mentalmente enferma, se han arrogado el derecho de clasificar a la sociedad y de decidir quiénes son los enfermos y quiénes son los insanos. En esa lógica, dan por descontado aquella salud mental social cuestionada por la psicología social.

El dar fundamento a la existencia de enfermos cumple una función, vista desde la perspectiva de poder: legitimar su exclusión para facilitar el funcionamiento de la sociedad sin ellos; o bien, aprovecharlos previa descalificación social, como ocurría en las cárceles francesas del siglo XVII y XVIII.

Las muertes en EU en donde cualquiera ingresa a una escuela o iglesia y asesina a estudiantes impunemente; o cuando, en México, desaparecen jóvenes una y otra vez sin que el gobierno detenga esa tragedia humana, para el discurso oficial son incidentes de la periferia social y no de su centro enfermo.

Socialmente tiene otros fundamentos: crear un ambiente de temor que facilite la dominación, ante un capitalismo depredador como nunca antes había existido, tal vez solamente comparado con la época de la acumulación originaria que describe Marx.

Es una larga historia de los excluidos por enfermedades contagiosas o mentales, que va desde los leprosos hasta otros como los delincuentes y los locos, muy bien documentada por Foucault. Claro, en donde existe exclusión vemos igualmente resistencia, como suele ocurrir en la historia social.

Los fundamentos para esta clasificación provienen de la ciencia, la biología principalmente asociada a la psiquiatría y la psicología positivista, cuyas bases se centran en el descubrimiento de leyes biológicas y psicológicas que rigen las conductas, pero eximen a lo social de todo cargo.

La sociomedicina, un campo del saber que apenas ha empezado a despuntar en sus primeros logros. Enfatiza el aspecto social de la enfermedad, que puede explicarse en la incapacidad de especialistas para encontrar en los resultados de laboratorio la explicación para algunas enfermedades.

Una sociedad enferma mentalmente y sometida a la violencia y la eliminación de instituciones así como de prestaciones sociales, reciente más la agudización de enfermedades tradicionales y/o enfrenta nuevas o comunes que no tendrían por qué aparecer, incluidas las mismas enfermedades clasificadas como mentales.

El 30 de marzo del año en curso es una de las fechas, estipuladas en el calendario médico, dedicas a la bipolaridad, una enfermedad clasificada como mental que afecta a 140 millones de personas en el mundo, mientras que en México unos tres millones de personas la padecen.

De los tres millones, de acuerdo a una nota que refiere un panel de expertos, publicada por el periódico El Universal (19/08/2016), el 25 por ciento de quienes viven con esa enfermedad terminan por quitarse la vida, suicidándose, debido a los cambios de los estados de ánimo de los pacientes.

Bipolaridad, tema central en la vida política actual

De acuerdo a un estudio publicado en 2011, por la sección ciencia de la BBC (http://www.bbc.com/mundo/noticias/2011/03/110308_trastorno_bipolar_subestimado_men),  el país con mayor incidencia de pacientes con bipolaridad son los Estados Unidos, mientras que el de menor incidencia es la India.

Caracterizada por un cambio brusco en la conducta de las personas que pueden pasar de estados en donde se muestra un buen ánimo a otros en los que el mundo parece indescifrable, tiene su origen en procesos que ocurren al interior del organismo físico, según los especialistas.

Sin contar con datos que fundamenten lo que aquí afirmo, solamente basado en experiencias que he observado y en pláticas con especialistas, creo que la situación de las enfermedades mentales, como la bipolaridad, debería ser un tema central en la vida política actual.

Abrir un espacio en el mundo de la sociedad mental actual, incorporando al debate el tema de la sociedad enferma mentalmente sería bastante “sano”. Los candidatos presidenciales se podrían valorar no solamente en función de propuestas progresistas o no: también mentalmente, que no es cualquier cosa.

Podría ayudar a los mismos actores políticos a comprenderse y a comprender la vida de las personas que viven los efectos del otro mundo también enfermo y que, infelizmente, agudiza la condición los clasificados como enfermos.

Las personas con bipolaridad, aparte de los efectos de una sociedad enferma que los clasifica y atropella socialmente, lo que ocasiona la incomodidad mental, viven otros hechos que no son menores: las áreas rurales y donde la población de los pueblos originarios está fatalmente desatendida.

El tratamiento mental es todavía considerado como una enfermedad que se asocia con la locura, la pérdida de todo contacto con la realidad. En las zonas urbanas existe una incipiente atención del fenómeno.

El tratamiento es bastante caro y los medicamentos que se destinan a los pacientes son casi para toda la vida. Las instituciones de salud se han debilitado y los medicamentos con que se trata a estos pacientes es insuficiente y no cuentan todas con los más adecuados.

En periodos electorales, los cuadros de las instituciones de salud por alguna extraña razón (pero explicable), se vacían y los familiares de los pacientes tienen que andar deambulando de farmacia en farmacia para conseguirlos. Algunos terminan por pagarlos de su propio bolsillo.

Las condiciones que vive la sociedad ha creado una bipolaridad social, que se refleja en la polarización entre pobres y ricos, también entre aquellos que viven con una “bipolaridad que tiende hacia la depresión permanente” por parte de la población excluida.

En ese contexto la bipolaridad se hace más aguda, porque quienes la experimentan tienen que, aparte, vivirla en un contexto más complejo, o doblemente complejo para ellos.