En medio de la euforia electoral, los candidatos han convertido las campañas en un burdo atentado contra nuestra memoria y nuestra inteligencia.

La visita de Ricardo Anaya a Puebla nos demuestra que cuando los candidatos toman el micrófono, están convencidos de que los asistentes a sus mítines, son —en el mejor de los casos— unos desmemoriados, aunque me parece que lo que realmente piensan, es que los votantes padecen de algún retraso mental.

Decir que votar por Morena es votar por la corrupción, tomando como base que Alejandro Armenta y Nancy de la Sierra trabajaron con Mario Marín podría ser un buen argumento, salvo que Moreno Valle también fue parte del marinismo, al igual que cuando menos una docena de candidatos azules, incluido Fernando Morales.

Si echamos una revisada a las listas, es posible que hoy haya tantos marinistas entre Morena y el PAN, como en el propio PRI.

Pero más allá del marinismo, Ricardo Anaya atenta contra nuestra memoria, cuando habla de corrupción, siendo él la imagen viviente de la corrupción nacional.

¿O acaso pensará que ya olvidamos su enriquecimiento inexplicable?

Lo mismo sucede con AMLO cada vez que habla de la mafia del poder y de los ladrones que han saqueado al país.

Seguramente el candidato por Morena apuesta a que la gente haya olvidado el negro historial de muchos de sus colaboradores y candidatos.

Nombres de corruptos hoy en listados en Morena sobran, pero Andrés Manuel intuye un retraso mental en el electorado, por lo cual, no sólo los reclutó, sino que los exoneró con su dedo divino.

Y qué decir de José Antonio Meade que recalca su limpia trayectoria, pensando que la gente le puede comprar su historia, sin importar que el grueso de sus correligionarios esté más sucio que el pañal de un bebé de madre fodonga.

Y a todo lo anterior, sumemos las promesas imposibles. Anaya va a darle dinero a todos y va a modernizar México, cuando sus propuestas de innovación se las fusiló a los expertos Tony Saba y Peter Diamandis; AMLO, con su simple triunfo acabará con la corrupción, la inseguridad y terminará con la pobreza; y Meade simplemente nos llevará a ser una potencia mundial.

Así las cosas, atentar contra nuestra inteligencia, memoria y prometiendo lo imposible, serán la práctica constante de quienes aspiran a gobernar este país.

Marginando las propuestas, la gran estrategia de las campañas presidenciales es apostar a nuestra imbecilidad.

Lo peor de todo, es que cuando menos a uno, le está dando estupendos resultados.

Los resultados parecen confirmar que la estrategia no está tan equivocada.

¿Quiénes son los culpables?

¿Quiénes son los imbéciles?

¿Los candidatos o nosotros?

Piénselo, seguramente no le gustará la respuesta.