A principios de marzo de 2006 Guillermo Aréchiga Santamaría anunció su renuncia a una militancia de 28 años en el Partido Revolucionario Institucional.

Se fue de ese partido cuando le negaron la candidatura al Senado y lo hizo de la mano de Rafael Moreno Valle Rosas, de quien está de moda renegar tras una gestión gubernamental para el olvido: plagada de excesos, frivolidades y dispendio.

Hábil para construir líneas discursivas según el momento y coyuntura, hace 12 años cuando junto con Leticia Jasso y Cupertino Alejo —lacayos todos del régimen de Moreno Valle—, antepuso una coartada que parecía impecable, sin espacio para réplica alguna: los abusos del régimen de Mario Marín Torres contra Lydia Cacho, la autora del libro Los Demonios del Edén que involucraba a una red de presuntos pederastas, entre quienes se encontraba Miguel Ángel Yunes, Emilio Gamboa y el empresario textilero Kamel Nacif.

La combatividad que mostró en ese 2006 debió olvidarla en 2015, cuando como presidente de la Legislatura LVIII, el año en que su jefe político y compañero de aventura, el gobernador Moreno Valle realizó todo tipo de malabares para encubrir el asesinato de José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo, el niño de 13 años muerto en Chalchihuapan en medio de un brutal desalojo orquestado por la policía estatal.

La #LeyBala, dijo como secretario de Gobernación Municipal, está para ser aplicada y respetada, su derogación es responsabilidad de los ‘señores diputados’. Acomodaticio, salió por la fácil ya sin la red de protección para hacer piruetas políticas pues Elba Esther Gordillo, su protectora, ya estaba detenida y sometida a proceso por el delito de lavado de dinero, manejo de recursos de procedencia ilícita y enriquecimiento inexplicable.

El profesor de corte liberal, según se autodefine en el perfil de Facebook, es ahora candidato a diputado federal por el distrito 9 por la coalición Juntos Haremos Historia y en el camino debió olvidar el apostolado construido por los grandes de la enseñanza pública en México.

La última vez que pisó un aula fue en 1990, hace 28 años cuando fungió como supervisor escolar, el cargo más acariciado por miles de profesores que trabajan frente a grupo y que hoy despotrican de él pues otro pecado público de este olvidadizo activista de las causas nobles evidenció: su silencio frente a la Reforma Educativa de Enrique Peña Nieto y su ejecutor, Aurelio Nuño Mayer, el coordinador de la campaña de José Antonio Meade.

Astuto, hábil y calculador para medir el momento adecuado dejó pasar incluso los episodios de persecución, hostigamiento y encarcelamiento en contra de dirigentes magisteriales en Puebla que se opusieron a la maquinaria del estado, que gobernó su compañero de bancada en el pasado y luego mandatario de Puebla para el periodo 2011-2017, Rafael Moreno Valle.

La recomendación en el contrato de Elba Esther Gordillo Morales a través de su operador, Rafael Ochoa Guzmán a López Obrador tenía letras chiquitas que nadie alcanzó o quiso leer a tiempo.

Aréchiga Santamaría es la antítesis del perfil que Morena y sus aliados desean para completar el ideal del cambio verdadero. Una larga lista de evidencias que resultan impúdicas están a la vista.

Nada ni nadie puede garantizar que Moreno Valle, Aréchiga Santamaría, Jasso Valencia y Cupertino Alejo hayan dejado por completo el oportunismo con el que siempre se condujeron. La historia ya los juzga.