La existencia de clubes de futbol que se configuraron como parte de la vida familiar, en el siglo pasado, y que más tarde se convirtieron en equipos profesionales de ese deporte, son parte del pasado que ha sido borrado por la práctica actual de este deporte a nivel profesional.

Ahora, los equipos de futbol, son empresas o marcas mundiales que simbolizan la era de la globalización. Sus intereses deportivos ahora están impregnados de un sentido comercial. Su práctica se ha mercantilizando a niveles impensables con la globalización.

Como marcas comerciales, algunos clubes se han convertido en marcas mundiales, regionales, nacionales, estatales o microlocales.

Su función en la globalización es ser parte del proceso de comercialización, como mediadores, de las grandes marcas mundiales de empresas multinacionales.

Irle al Real Madrid o el Barcelona, más allá de sus competidores: los manchesters, el PSG o la Juventus, han logrado atesorar a millones de aficionados cuyo número ahora es parte estrategias comerciales que se venden a las grandes marcas mundiales o empresas multinacionales.

Un partido del Real Madrid o del Barcelona llega a todas las partes del mundo, su vestimenta, símbolos deportivos e imaginarios (el “triunfo”) e infraestructura, son los atractivos que ofertan, junto a los millones de aficionados en el mundo, a las grandes marcas.

Ver un partido a partido de futbol es parte de un negocio mundial. Irle a un equipo se ha convertido, más allá de las implicaciones políticas, en una ingenuidad lamentable. Los equipos son parte de la nueva cultura a través del cual las grandes marcas logran llegar a públicos mundiales, que ahora conforman la gran masa o multitud televisiva.

Las marcas mundiales se asocian a las grandes marcas deportivas futbolísticas para llegar rápidamente a sus potenciales compradores. Para ello, los equipos se pelean a los mejores jugadores del mundo, que fungen como las nuevas maneras de ascenso social, anulando el papel de la escuela y la educación a un segundo plano.

Las naciones que son potencias futbolísticas como Brasil y Argentina, venden sus jugadores a las grandes marcas-equipos para que luego sirvan de vehículos o atractivo para que se anuncien las marcas mundiales: Adidas, Audi, Santander, las líneas aéreas de los Emiratos Árabes, los grandes bancos.

Los torneos mundiales son el gran escaparate. Los mundiales y la Champions no es otra cosa que el gran negocio de las empresas mundiales, de todo tipo: tanto deportivas como productoras y financieras. Distribuidas por todo el mundo requieren de espacios para materializar sus intereses, y los campeonatos y mundiales son el espacio privilegiado.

La publicidad fija en playeras y estadios es la otra parte del negocio. Los estadios se han convertido en símbolos culturales de la posmodernidad y de transmisión de formas y estilos de vida, y los futbolistas en hombres portadores de marcas que seducen a los compradores.

En esta disputa los Estados Unidos han quedado parcialmente desplazados, aunque conservan un nicho de la cultura deportiva local que han logrado vender mundialmente, como el futbol americano.

Apenas han logrado entender la importancia que tiene intervenir en estos deportes y en influir en sus instituciones como la FIFA, que han intentado controlar recientemente, argumentando la gran corrupción de esa organización del futbol mundial.

Las recientes visitas de la NBA a diversos países del mundo, no es otra cosa que la voluntad de los agentes norteamericanos por tratar a de copar espacios deportivos como marca, y hacer de los públicos consumidores de sus marcas deportivas como vehículos de consumo.

Lo anterior implica reconocer la manera en que la sociedad industrial capitalista se mueve a través de diferentes eslabones y espacios de poder múltiples, el económico que ahora se consolida en China, el cultural que mueve a los Estados Unidos, y Europa en el futbol.

América del norte y su liga del futbol, así como la china, saben perfectamente lo que subyace en el fondo con las grandes inversiones que hacen en la contratación de jugadores. Tratar de superar el atraso en el deporte de las patadas con la potencia comercial de las grandes compañías asentadas en sus territorios.

Los clubes de futbol mexicano se han vuelto parte de grandes corporativos regionales, como Tigres, Chivas y América. Este último cuenta con la infraestructura local de comunicaciones, a través de Televisa, ha logrado utilizar este deporte para privatizarlo como actividad lúdica y de recreación.

A través de su infraestructura se captan los partidos de la liga española y otras importantes del mundo como la inglesa. Es la empresa, junto a las empresas de Disney (ESPN y próximamente Fox Sports), que ha logrado apropiarse de parte de la publicidad que genera este deporte a través de la televisión por cable.

Ahí, la liga mexicana y algunas marcas locales han tratado de hacer su propia labor, tratando de tener una parte del pastel de la potencia económica norteamericana y de la presencia hispana en sus suelos.

La desvinculación de la Liga MX de la Copa Libertadores y su asociación con la liga de Estados Unidos, la MLS, no es casual. Actualmente, tanto las marcas Chivas, América y (recientemente, Tigres), Cruz Azul y Pumas, apenas han comprendido la importancia de ese mercado.

Por el momento a la multitud mundial le espera el mundial en Rusia, el gran espectáculo de las grandes compañías que se preparan para ganar el mercado de los consumidores del mundo a través de las selecciones que se autonombran como nacionales.

Las luchas sociales reducidas a la disputa de un balón dominado por la globalización y el sentido de poder que les impregna, mientras los poderes reales (las élites) imponen una a una sus estrategias de dominación: la moderna reorganización del poder de clase en torno a la cultura deportiva.

Mientras se “distrae” por el enfrentamiento deportivo y se presenta ante la gran multitud el gran espectáculo, por debajo se impone el poder de clase privatizando hasta el ocio.