Hay que ver lo que son los recuerdos y la vida. En el despacho de mi abuelo había trofeos ganados en competencias de tiro con rifles de alto poder, mismos que también estaban allí, colocados en un armero. Había, además, libros, un jarrón que en vez de flores contenía banderillas forradas en tela y cuadros con fotografías. Las jaras no eran en dos tonos como se acostumbran ahora, sino de muchos colores: amarillo, obispo, grana, celeste, verde botella, listones que se trenzaban en torno a los palos y tenían un par de rosas del mismo material al centro. Nunca fueron usadas en el ruedo y conservaban los arpones clavados en corchos de botellas de vino.

Las fotografías eran remembranzas que mi abuelo mandó enmarcar y colgó en las paredes, las más, recibiendo los premios que, a lo largo de su existencia, se ganó por su buena puntería. Algunos cuadros tenían recortes de periódicos dando la noticia de que José Alarcón, así se llamaba él, había ganado algún campeonato en el campo de tiro. En otra instantánea aparecía saludando a María Felix, supongo que era de noche, porque ella vestía un abrigo oscuro y como lo hizo siempre, enarcaba la ceja sonriendo a mi ancestro. Había retratos de muchos personajes captados junto a él, Lázaro Cárdenas, Joselito Huerta, Alfredo Leal…

Ustedes se preguntarán: ¿y la nostalgia que se le ha metido a éste, a nosotros qué nos importa?. Es que entre esa colección de recuerdos impresos en papel, había una fotografía que en estos últimos días he traído dando vueltas en la cabeza. La imagen fue captada en el patio de cuadrillas de El Toreo de Puebla. La lámina es en color sepia y muestra a un caballero alto vestido de corto, con zahonas y sombrero de ala ancha, las sonrisas, la de él y la de mi abuelo, son discretas. Ese señor era Ángel Peralta.

La muerte del gran rejoneador a sus noventa y tres años, me ha hecho volar de regreso. Recuerdo que cuando era niño, montando en un caballito yo jugaba a que era el rejoneador andaluz. Eso también me ha hecho reconsiderar algunas cuestiones: no, no es que no me guste el rejoneo. Los que no me gustan son los rejoneadores contemporáneos que han echado del ruedo la preciosa doma vaquera, para cambiárnosla por actos de circo. No me gusta, tampoco, que los cornúpetas para rejones sean tan jóvenes, casi erales, y con los cuernos hechos cisco, recortados casi hasta la mitad.

El jinete de la Puebla del Río, era de esos caballeros en plaza que de verdad salían a jugársela y no a mostrar las piruetas que les han enseñado a sus caballos. No lo vi actuar, o no me acuerdo, lo que sí tengo y muy presente es lo que mi abuelo y mi padre me contaban acerca de él. Ellos me hablaban de caballos casi mitológicos, “Favorito” y “Gavioto” y del rejoneador toreando montado en ellos. Eso, más el corrido que narra con precisión lo que pasó una tarde de septiembre de 1965, en Alicante, cuando un cárdeno de Pablo Romero, de nombre “Colillero” mató al caballo el “As de Oros”. Cantan los versos que tras el acontecimiento “…Ángel lloró y yo también lloré…” dice la letra.

El caso y la cosa es que el recuerdo del rejoneador, ganadero y escritor, que un día recibió la medalla de las Bellas Artes otorgada por el Ministerio de Cultura de las Españas, sirvió para echar a volar la memoria y para sentirme, ¡claro!, más pobre y más desamparado. Se muere gente que nos sirvió de modelo. Ángel Peralta se ha marchado como dijo Antonio Machado de otro don Guido, por la descripción poética, un caballero muy parecido a este, al que también se lo han llevado camino del cementerio: “…las yertas manos en cruz / tan formal el caballero andaluz”.