Cualquiera que sea el resultado de la contienda por la gubernatura y las posiciones legislativas locales y federales, luego del 1 de julio, Puebla tendrá por primera vez en casi ocho años una conformación de sus fuerzas políticas en la que el grupo morenovallista dejará de ser el hegemónico y enfrentará verdaderos contrapesos.

Los números que presagian una competencia tú a tú entre el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y el grupo del ex gobernador, afianzado por cinco partidos encabezados por Acción Nacional (PAN), también muestra que las próximas legislaturas estatal y las bancadas poblanas en San Lázaro ya no serán sumisas al gobernador o gobernadora.

Habrá en cambio, si se cumplen las estimaciones de los análisis demoscópicos, una especie de cohabitación en el poder, en la que incluso el Partido Revolucionario Institucional (PRI) podría ser un tercer convidado.

Es exagerado suponer, como desean legítimamente algunos, que el morenovallismo se extinguirá por completo, pero en cambio sí sufrirá una disminución muy considerable de su poder.

El totalitarismo acabará, para dar paso a una suerte de equilibrio.

De cumplirse las previsiones de las encuestas, Morena, incluso sin ganar la gubernatura, lo que está todavía en veremos, tendrá una buena representación en el Poder Legislativo local que, sumado a su agenda política y parlamentaria, mantendrá un contrapunto y apretará las decisiones y propuestas que lleguen del Ejecutivo.

Pero igual pasará si la alianza lopezobradorista, Juntos Haremos Historia (Morena-PT-PES), llega a Casa Puebla con Miguel Barbosa.

El ex perredista también deberá negociar con lo que se prevé serán bancadas numerosas, pero ya no de mayoría absoluta, como en la actual legislatura, encabezadas por el PAN y sus partidos aliados, en caso de prolongar su coalición electoral a una agenda parlamentaria en común.

El PRI, que en las últimas mediciones ha venido en ascenso, tampoco será un mero observador, pues aunque se estima que tendría un tercer lugar en su presencia en el Congreso, podría convertirse en el fiel de la balanza en un escenario de disensos frontales entre las dos fuerzas más grandes.

Ese morenovallismo que hasta hoy impunemente aplasta a sus opositores, los anula y los amenaza para hacer su voluntad, se terminará incluso si la esposa de Rafael Moreno Valle llega de nuevo a vivir en Casa Puebla.

Eso es una buena noticia para la democracia.

Puebla será otra a partir del 1 de julio, como también lo será el país, gane o no Andrés Manuel López Obrador, quien está a la cabeza de las mediciones y también tendría –de no pasar nada dramáticamente extraordinario– bancadas fuertes en la Cámara de Diputados y el Senado de la República.

Los números que se han dado a conocer así lo proyectan y, con todo y los pensamientos positivos de priistas y panistas que suponen que todo puede cambiar “de la noche a la mañana”, se ve complicado que el escenario se modifique dramáticamente.