Pues sí, un indulto más en Sevilla. Los espectadores se frotaban las manos y seguro comentaron que nunca se había toreado como ahora. Lo decimos todos los que vamos a los toros. Es cierto, algunos ganaderos han conseguido el animal perfecto para el toreo posmoderno. Este consiste en disminuir todo lo posible el peligro y crear un mecanismo vivo con cuernos, que se preste para formar los conjuntos estéticos más bellos del mundo y que estos se repitan en series hasta la saciedad. Porque si se mira sin analizar, es decir, sin considerar todos los componentes que debe tener un encuentro entre hombre y toro en la arena, el goce estético que deja cada pase es enorme, aunque hay aguafiestas como el que esto escribe, que se quedan con la sensación de que a la cosa, sin peligro, le falta poso y le sobra timo.

Han de perdonar lo irreverente, pero “Orgullito” de la ganadería de Garcigrande, no es un toro de indulto ni de coña. Fue muy tibio en el caballo. Fíjense, en “Yutoub” está el video. En la primera vara, no empujó peleando con coraje y lo hizo sólo con el pitón izquierdo. Desde ese momento, demostró que ese era su cuerno maestro. El segundo puyazo apenas fue un rasguño. Nunca de los nuncas, manifestó bravura.

Si ustedes se acuerdan del magnífico “Cobradiezmos” –me persigno, San Victorino Martín, ruega por nosotros- de su manera de arrancarse al caballo tan de largo y tan emotivo, su modo de atacar a la mole blindada por debajo del estribo con tanta  bravura. Luego, su manera de exigir a Manuel Escribano que se impusiera, verán que hay una distancia cósmica entre ese gran toro y “Orgullito” que fue noble, claro hasta la desesperación y con excelente estilo, pero que estuvo lejísimos de ser bravo.

Eso no importa, la exigencia de bravura se ha ido de la plaza, corren otros tiempos y otras modas. “Orgullito” es el toro ideal para el toreo posmoderno. Fue tan bueno para este fin, blandón, carente por completo de fiereza y codicia, en contraparte, tan obediente al toque, que viéndolo hasta se envidiaba la facilidad con la que ejecutó El Juli. Un toro muy noble y de magnífico estilo, toreado de modo superior por el maestro de Velilla de San Antonio, pero  muy lejano al ideal de casta brava.

Las características del toreo posmoderno – y ya nos llevaron a pasear al huerto- son: primacía de la belleza sobre la verdad. La abolición de la suerte de varas. El trapío -según lo acontecido en Sevilla- ya no es requisito indispensable para la presentación de un toro en una plaza de primera. Además, durante la lidia, debe prevalecer la sensación de comodidad en el goce estético, para ello, debe estar garantizada la seguridad de que el merengue no le quitará los pies del suelo al coleta. También, deben campear la tolerancia extremada por parte del público, la búsqueda del placer por el placer y el gusto por lo desechable.

Con “Orgullito” y El Juli, se declara oficialmente abierta la nueva etapa histórica del toreo. A partir de este indulto, ya no será necesaria la molesta bravura, que no deja estar al diestro y la nobleza se apreciará por sobre todas las cosas. Adiós a la incómoda mortificación, que produce el estar gozando de la belleza de una faena, consciente de que el matador se está desfondando por conseguirlo en los linderos mismos de la muerte. ¿Para qué filosofar sobre la vida y la muerte, si con emocionarse ante lo precioso es suficiente?. Hasta nunca a esa perturbadora preocupación por el peligro inminente de que si el espada comete una equivocación, el bravo y codicioso toro lo partirá en dos. Lo nuevo es arriesgar la vida con seguridad de que no va a pasar nada, que una cosa es la vergüenza torera y otra muy distinta ser un lelo.

No sé, me estoy quedando atrás. En la simbiosis que es el toreo, me gustan las faenas cuando veo al matador haciendo esfuerzos por estar a la altura del toro y no, al revés. Adiós a las gestas toreras, han empezado los recitales de danza.