El 13 de marzo, hace 43 días, el autor de esta Parabólica publicó el perfil del responsable de la colocación de un conjunto de mantas intimidatorias atribuidas a un grupo de delincuencia organizada que sembró desazón e incertidumbre en las zonas en que aparecieron.

Un hombre de quien se había armado un robusto expediente que incluía fotos, transcripciones de conversaciones y audios de charlas con cabecillas de pandillas locales y hasta con quienes se encargaron, en su momento, de la elaboración de los supuestos narcomensajes que más tarde aparecían en puentes peatonales, se había convertido en objetivo prioritario.

“El nombre detrás de las mantas” está muerto, narró una fuente de primer nivel. “Ya no está entre nosotros”, dijo. En el argot habrían dicho “ya le dieron piso”, pero no lo hizo.

La versión estremeció pues su rostro, trayectoria delictiva y sus vínculos afectivos habían estado a la vista de este reportero cuando se le mostró el prolijo expediente. Breve, la línea de tiempo entre el asomo a la carpeta perfectamente ordenada y el destino fatal del actor central hicieron difícil ese episodio.

Ya era seguido por autoridades estatales y federales. La Marina Armada de México andaba detrás de sus pasos no sólo por la trama que tejió con un grupo delictivo que opera desde dentro del penal de San Miguel sino porque además, ya había protagonizado episodios violentos y de sangre.

En la primera semana de marzo, por ejemplo, dos empleados de un negocio dedicado a la venta de llantas en las calles 44 Poniente y 15 Norte fueron lesionados con arma de fuego. La primera versión fue un asalto frustrado aunque se trataba de un ajuste derivado del reacomodo de bandas delincuenciales, dijo otra voz cercana.

El hombre detrás de esas mantas había buscado el padrinazgo del Cártel de Jalisco Nueva Generación, aparentemente sin éxito. Un especialista en el estudio de grupos delictivos en México había considerado remota la probabilidad de que el grupo liderado por Nemesio Oceguera, El Mencho, colocara el foco en el escenario poblano, pues esa agrupación se encontraba en medio de una escisión interna, una guerra.

Ahora que se sabe que la muerte de los estudiantes de cine en Jalisco, Javier Salomón Aceves, Marco Francisco García Avalos y Jesús Daniel Díaz García fue producto de una rivalidad por el desprendimiento de una célula del CJNG llamado Cártel Nueva Plaza, la versión del estudioso se fortalece.  

También se sabe ahora que el nombre responsable de la colocación de mensajes del CJNG no llevaba como nombre ‘Huhgo’ sino Jonathan, pero lo escrito ese 13 de marzo se mantiene, hasta el día de su presunta muerte.

‘Tez blanca, cara afilada y cabello castaño, de corpulencia media. Nada más. Sin embargo, el mapa delictivo está claramente establecido. No hay duda de su identidad...”

De él dependió “la campaña de miedo que había pretendido imponer a través de mantas atribuidas al Cártel de Jalisco Nueva Generación, colocadas en los puentes peatonales de la zona metropolitana de Puebla; la guerra por la plaza en las inmediaciones del mercado de La Cuchilla; y hasta de la ejecución de un sujeto en Superama, a la altura de Zavaleta en noviembre pasado”, según se narró.

“El trabajo de inteligencia de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado consiguió colocarlo como uno de los objetivos prioritarios del gobierno del estado. Hay testimonios, rutas, domicilios y audios del sujeto a la hora concertar actividades criminales, en Puebla, en el Estado de México y en Zacatecas.

“La influencia del presunto delincuente se extiende al Centro de reinserción Social de San Miguel, el sitio en donde ha pedido le fabriquen las mantas, que luego coloca en los puentes peatonales de la zona metropolitana de Puebla”.

Fueron suficientes 43 días para morir pues “ya no está entre nosotros”.