Sin duda, en los 40 años que llevo acudiendo, cada 6, a las urnas para elegir al presidente de nuestro país, nunca había vivido la efervescencia preelectoral en los niveles que ha alcanzado. Y ya sabemos que esto se lo debemos a la proliferación de las redes sociales en el espacio cibernético, a su fácil acceso y a la rotunda falta de responsabilidad que una buena parte de sus usuarios es capaz de mostrar con tal de defender su posición.

Por eso, no quisiera abonar a esta lucha que ha rebasado los límites de las convicciones políticas para instalarse en un intercambio de denostaciones, amenazas de futuros inciertos, denuncias rancias que ahora aparecen como si los males que se ventilan hubieran nacido ayer.

Lo que hoy quisiera compartir en este espacio es una reflexión sobre lo que ha significado la apertura de los nuevos medios que, sin duda, reflejan, por lo menos dos realidades: la primera de ellas es el hartazgo de los usuarios comunes hacia el modo en que los medios tradicionales han manejado, en muchas ocasiones, la información de corte político. La segunda se refiere a la ruptura de todos los límites que pudiera permitir una expresión mesurada y crítica.

Me detengo en la primera: dice la filósofa española Xaviera Aguirre que hay una gran confusión cuando se pretende denominar periodismo ciudadano a la colección interminable de expresiones que se vierten en el espacio digital. Ciertamente  -asegura-, esta puerta que han abierto las nuevas tecnologías de la comunicación ha permitido poner en tela de juicio el cumplimiento de la tarea del profesional de la Comunicación y que debiera consistir en aportar desde su labor, los elementos suficientes para promover una sociedad crítica y participativa. Esta explosión de expresiones en la red denuncia que muchos medios, históricamente, no han distinguido la información veraz, de la opinión y de los intereses de las empresas que los han manejado. Pero a pesar de esta denuncia, no se le puede llamar periodismo ciudadano a lo que prolifera en las redes, porque el periodismo conlleva una responsabilidad social que debe ser avalada, no por el punto de vista de los que se expresan, sino por argumentos, fuentes y análisis de las consecuencias que supone publicar. No me parece que eso está detrás de las manifestaciones —muy respetables algunas—, de las preferencias partidistas. 

Por lo que toca a la segunda realidad, nos hemos perdido el respeto. Habrá quien diga que nunca nos hemos respetado, sino que hemos estado amordazados y ahora es cuando podemos quitarnos la mordaza. No lo sé: sé que hemos roto los límites de la responsabilidad tanto los usuarios comunes como algunos que se ostentan como periodistas y líderes de opinión.

Hay algo positivo que veo en esta guerra de agravios y es que se abre la oportunidad de que el periodismo retome su labor, su compromiso social. Algunos esfuerzos se han visto como en el caso de empresas que se ocupan de constatar y desmentir informaciones ligeras. Pero aún  hay un camino muy largo por andar en el que se promueva la solidaridad y se regrese a profesionalizar la tarea del Comunicador que aporte elementos de juicio, que distinga los contenidos de entretenimiento, de información y de mera opinión. Si no lo hace el profesional y las empresas que así se nombran, la guerra mediática sin cuartel seguirá exacerbando los ánimos y el sueño de la Aldea Global de la que hablara Mac Luhan, será más bien un campo de concentración de la ira, el desprecio y la desesperación.

Por lo que a nosotros toca, nos vendría bien un poco de mesura y un poco más de respeto.

Hasta la próxima.