Sin temor a equivocarme, si el día de ayer sentamos a un grupo de personas que no conocieran las circunstancias electorales y únicamente los pusiéramos a ver el debate, seguramente evaluarían a los candidatos de manera inversa a lo que hoy dictan las encuestas sobre el comportamiento preelectoral.

En un símil escolar, en el debate presidencial de ayer vimos al rebelde, al repetidor, al aplicado y al listo de la clase.

Y aunque sobra explicar quién es quién de los cuatro candidatos, dedicaré este espacio para detallarlo.

El Bronco es el clásico rebelde sin causa. Un dolor de cabeza para sus compañeros, dicharachero, indisciplinado, pero siempre echado pa’delante. Y sobre todo, con la claridad de que con un 6 es más feliz que los demás. El panzazo no es un problema para él.

La poca o nula capacidad para debatir de Andrés Manuel López Obrador volvió a ser latente. Es evidente que no es un hombre al que le guste estudiar y prepararse y que tras 18 años de campaña, su repetitivo discurso se ha convertido en un vetusto machote que lo mismo utiliza en un mitin con simpatizantes, que lo retoma ante empresarios, banqueros, migrantes y en el debate.

En este comparativo estudiantil es el que ha cursado tantas veces la materia, que conoce a los sinodales mejor que nadie, el examen lo tiene asimilado y aún sin estudiar está muy cerca de ser aprobado, más por su tenacidad que por capacidad.

José Antonio Meade es por mucho el que más conoce y entiende los problemas de un país que ha crecido macro económicamente pero que socialmente no.

Honesto en su vida personal, pero sin poder desmarcarse del negro historial de su grupo político. Volviendo a la escuelita, es el aplicado de la clase, el más estudioso, cumplido y pulcro, pero que no aceptan por ser el niño popis, bien portado, incapaz de robarse un lápiz, que lleva su manzana lustrosa a la maestra, pero que tiene una familia de dudosa y cuestionada reputación.

Y por último, Ricardo Anaya es un tipo cuya inteligencia es incuestionable, que estudia lo necesario para aparentar una cultura que no tiene, que analiza al interlocutor para lanzarle un elogio como lo hizo ayer con Krauze, que investiga para golpear certeramente al oponente, que mide mejor que sus compañeros los tiempos y que no tiene escrúpulos para lograr sus objetivos aunque en ello vaya de por medio traicionar amistades, incurrir en traiciones y deslealtades y hasta en sostener la más grande mentira.

Sin duda, Anaya es el infaltable listo de la clase. El que estudia lo justo para el examen. El insoportable que levanta la mano antes que nadie. El genio de los acordeones. Y el que no tiene empacho en empinar al compañero de junto antes que recibir un castigo conjunto.

Sólo nos faltó la odiosa lambiscona y consentida del salón, que nos ahorramos cuando Margarita decidió desertar.

Así las cosas, ayer vimos al rebelde, al repetidor, al aplicado y al listo de la clase.

Y hoy, las encuestas se mantienen en favor del más antiguo del salón.