En menos de 72 horas la candidata de la coalición Por Puebla al Frente, Martha Erika Alonso Hidalgo consiguió sacar del clóset a dos sectores representativos del priismo poblano que coqueteó con el régimen de Rafael Moreno Valle desde la discreción amatoria y furtiva: el sector obrero y el campesino, con la suma de dos símbolos emblemáticos de ambos sectores.

No sólo fue el fin de semana con la gorra con las siglas de la Confederación de Trabajadores de México, cuya dirección descansa en el habilidoso Leobardo Soto Martínez, el dirigente que llegó a esa posición con el apoyo del ex gobernador Mario Marín, de quien hoy despotrica, y que ha sabido negociar con el régimen de Moreno Valle.

También lo es Jesús Morales Flores, el hombre de raigambre priista que empujó a su hermano Melquiades a revelarse ante la oposición del gobernador de la época, Manuel Bartlett Díaz quien tenía otro preferido en la interna para nominar candidato priista.

Morales Flores es ahora operador a cielo abierto de Alonso Hidalgo, cosa que ya sucedía pero en el ámbito de la discreción política. Ambas circunstancias no son las únicas, pero reflejan la penosa e impúdica situación de un priismo rechazado frente a la sociedad pero capaz aún de vender íntegro su cariño, o en partes al mejor postor.

La desbandada priista se asemeja mucho a una diáspora política pues unos van a un bando del PAN o a las filas del Movimiento de Regeneración Nacional, como es el caso de Francisco Ramos Montaño, hasta hace unas horas responsable de una cada vez más fantasmal Fundación Colosio.

En su carta de renuncia acusó imposición de candidaturas, circunstancia que no fue capaz de advertir cuando el marinismo lo hizo candidato a diputado federal como producto del trabajo de un grupo de mirreyes de la época, entre quienes estaban Mario Marín García, el primogénito del ex mandatario.

Ramos Montaño también saltó del barco para irse a las filas de Morena de Andrés Manuel López Obrador de la mano de Fernando Manzanilla Prieto, el candidato a diputado federal por el distrito XII.

El PRI vive uno de los periodos más penosos de su historia. Lo es desde que Roberto Madrazo Pintado, a quienes los grupos locales le levantaron la mano para ser candidato presidencial, le dio una estocada de la que no logró superarse desde la derrota en los años 2000 y luego 2006.

Los pocos priistas que quedan aún en ese partido saben que quienes mudaron a otras ofertas políticas sólo fueron los primeros. Otros se irán después porque con la diáspora política del priismo, lo único que quedará será un conjunto de caciques locales que deberán sentarse a negociar con los gobiernos electos, surgidos de otras ofertas partidarias.

En esa lógica es que el candidato al gobierno del estado, Enrique Doger Guerrero; o al gobierno de la ciudad, Guillermo Deloya, deben hacer campaña. Rodeados de simulación, sin dinero para financiar sus actividades, y lo peor: sin la mayoría del apoyo ciudadano que se resiste a volver a creer en un partido como ese.

Las verdades son incómodas para muchos de quienes asumen que hay aún un voto mayoritario en favor de los abanderados tricolores, aunque la escena del momento no admite ninguna duda: el naufragio hacia el que parecen dirigirse está lleno de malos resultados gubernamentales, plagados de personajes de sombría presencia en la escena pública y de falta de humildad para entender que el momento de ese, ya pasó.