Todos los partidos acarrean simpatizantes a sus actos de campaña y todos aseguran que fueron más, muchos más, de los que en realidad asisten. Es una guerra de percepción que ya tiene muy poco efecto, porque está históricamente gastada.

La fórmula que nació con sello del priismo absolutista no refleja sino la capacidad de movilización, literalmente de transportación, de un partido. Ni remotamente se trata del reflejo de los votos que se emitirán y mucho menos puede considerarse un muestreo electoral serio.

Este fin de semana en Puebla, en los cierres del candidato a la gubernatura de la alianza Juntos Haremos Historia (Morena-PT-PES), Luis Miguel Barbosa Huerta, con el candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, y de la abanderada de Por Puebla al Frente, Martha Erika Alonso Hidalgo, los dos bandos mostraron musculatura.

Sin embargo, dependiendo del cristal desde el que se mire, cada caso podría considerarse una “legítima popularidad” y el anuncio de una “copiosa votación” a favor este 1 de julio, o de un acarreo descarado, masivo y desbocado.

Unos se acusan de lo otro y viceversa y los dos bandos tienen algo de razón.

Sin embargo, no hay que olvidar que las matracas, las sombrillas y las pancartas no ganan las elecciones, sino los votos.

Todos acarrean y todos lo sabemos.

Y como bien apuntan los especialistas, se trata de actos a los que acuden o son llevados los votantes cautivos, esas personas que de cualquier modo ya comulgan con el candidato o candidata al que van a ver. Son votos seguros. Lo interesante sería conquistar y sumar a su causa a los indecisos y a los opositores.

El número de asistentes, entonces, no nos dice en realidad mucho de lo que pueda ocurrir en las urnas el día de las votaciones.

El acarreo además deja evidencia de lo poco han cambiado los esquemas que heredo el añejo régimen priista y la escasa imaginación de los nuevos gurús de la política, que no hacen sino reeditar los hábitos de los Ávila Camacho, de Guillermo Jiménez Morales, de los Melquiades Morales y todos los demás. Casi nada se ha renovado en este sentido.

Si el número de asistentes a un mitin político definiera el rumbo de una elección, por ejemplo, el PRI hubiera recibido este domingo muy buenas noticias, pues realizó una cascada de cierres de candidatos a alcaldes, con lleno completo en cada plaza, que encabezó Enrique Doger, el candidato tricolor a la gubernatura.

Pero no, los presagios no le son favorables al priismo, a pesar de que el ex rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) corría apresurado la mañana, tarde y noche, de lado a lado del estado, de región en región, para apapachar a sus correligionarios: Tehuacán, Tecamachalco, Tepeaca, Acatzingo y un largo etcétera.

Quien desee desgastarse en debates sobre quién pudo más y quién demuestra mejores posibilidades de ganar, con base en las fotos de los respectivos actos de campaña, estará perdiendo el tiempo.

No hay que olvidar que, incluso, entre los líderes, operadores y hasta burócratas hay una cuota mínima de asistentes.

Los acarreados no reflejan una proyección electoral, sino simplemente un eficiente método y sistema de transportación y una suerte de muy bien aceitada pirámide de asistencia.

En la elección sufragan los ciudadanos, no las fotos aéreas, no las matracas o las sombrillas.

La moneda está en el aire.

Veremos y diremos.