Cosas un poco extrañas que ocurren. ¿No es en realidad 2018, lo que debió ocurrir en 2000? ¿Lo ocurrido en el 2000 y en 2018 no son copias falsas y tenues de aspiraciones de la población truncadas por el cambio de escenario mundial, así como de la lógica de la revolución mexicana y de sus aspiraciones?

Tal vez todo eso estuvo presente durante la jornada electoral, de la que ya que ya se ha hablado bastante.

Ocurrieron otros hechos a los que no se le ha prestado atención y que bien vale la pena considerarlo porque sin duda tendrá un impacto más allá del primero de julio, en la vida cívica de los mexicanos.

La participación de la familia. Durante otros procesos electorales a las autoridades se les había “ocurrido”, en diferentes procesos comiciales, hacer participar a niños y niñas así como a los adolescentes, en ejercicios democráticos, de los que creo son poco recordados por el impacto que tuvieron en la vida cívica de los mexicanos. O, tal vez, yo los desconozco.

Pero lo ocurrido el pasado domingo, bien vale la pena resaltarlo porque está sin duda asociado a un evento que destaca de manera mayúscula con respecto a otros ejercicios conscientemente programados.

La familia votó. Participaron niños y niñas, adolescentes, hombres y mujeres de edad avanzada, inválidos, de todo. No lo digo como metáfora, lo digo literalmente, aunque suene como algo improbable, con respecto a niñas, niños o adolescentes. Los que participamos en el proceso electoral, si estuvimos atentos, es algo que no nos pasó desapercibido.

El voto, es ahora parte de una cultura que poco a poco se va arraigando entre hombres y mujeres como nunca había ocurrido jamás. Durante muchos años la población votaba sin que ese acto, mediado por una papeleta electoral, se significara como lo que ahora parecer ser que es: el primero de julio de 2018 lo ha resignificado.

No tengo la menor duda de que algo está ocurriendo con las elecciones y, específicamente, y de manera directa, con el voto, entendido como un instrumento de poder que puede cambiar y modificar muchas cosas de la vida pública. Claro, entiendo a la papeleta, y al hecho de cruzarla y sumergirla en la rendija de la urna como la expresión de un hecho social.

Y un hecho social, valga la pena recordarlo tomando la opinión de los clásicos críticos de la sociología, es un acto absolutamente intersubjetivo e intencional, que refleja la manera en que los individuos al participar en la vida social determinan cómo organizar y llevar a la práctica sus intereses, aun así sean las jornadas electorales, ni más ni menos.

Las urnas, el domingo pasado, se convirtieron en una escuela que, pedagógicamente hablando, sirvió para que la familia aprendiera para qué se vota: fueron partícipes, increíblemente, desde la niña o el niño más pequeño, pero con la inteligencia y curiosidad como para entender de lo que se trataba, literalmente, aunque no todos, marcaron las papeletas y las introdujeron a las urnas.

Lo mismo ocurrió con el adolescente (hombre o mujer), que aún la ley le impide participar en los procesos comiciales, pero que lo hicieron como un hecho que primero me pareció casual, pero que más tarde se convirtió en una constante durante todo el proceso: niñas, niños y adolescentes sin credencial, fueron los que votaron en “complicidad” con sus padres.

Los padres, algunos orgullosamente pasearon a sus hijos por las urnas intentando incorporarlos a este tipo de prácticas: los metieron a las casillas, observaron, en un hecho previamente acordado, la manera en que los hijos cruzaron las papeletas y, más tarde, regresaron con ellas y las introdujeron en las urnas.

Los más pequeños que no tenían ni la estatura ni la fuerza o el consentimiento de uno de los padres, curiosamente paseaban sus ojos por la rendija, de manera insistente, queriendo tener la fuerza en los ojos para sustituir los dedos que sus padres utilizaban para “meter” la papeleta en rendija de la urna. Los adolescentes, por lo general, “sustituyeron” parcial o totalmente a los padres.

Las niñas y los niños, así como los adolescentes, ingresaron sin que nadie se los impidiera porque ese hecho contó con la “anuencia” involuntaria de quienes participamos en el proceso electoral. Simplemente lo hicieron porque así ocurrió, solamente hasta el final del proceso, al hacer un recuento mental de lo ocurrido, llega uno a reflexionar de lo que ocurrió con estos “intrusos”.

Digo involuntariamente porque sin proponérselo, la oleada familiar llegó con uno y otro de los padres, como algo que primero pareció una curiosidad pero después fue una constante, de la que apenas nos hemos dado cuenta. Estaban ahí, los más pequeños, aferrados a las piernas de sus padres en espera de concluir la obra.

Sus movimientos corporales, de sus ojos, sus manos (sobre todo), querer e insistir como se les pudo observar, en meter las papeletas es un algo más que simplemente acompañar a los padres. Querían decir con sus gestos, la dirección de sus ojos y sus manos, al menos así me parece: “esperen... yo también quiero hacerlo desde ahora…”

Entre los adultos, los papás, hubo quienes acariciaron las boletas antes de introducirlas a las urnas, como queriendo decir, que mi voto sea para el bueno…

Decía Spinoza, ¿Por qué los hombres luchan por su esclavitud pensando que lo hacen por su libertad? Será así…