Entre las páginas de un viejísimo libro que yacía en una caja de zapatos, que tengo entendido, perteneció a mi abuelo, encontré una carta dirigida a un tal Doctor Lope, siquiatra de profesión.

Para sorpresa mía la firmaba un señor Alonso Quijano, manchego él, o sea, de una región castellana. A mi parecer, la misiva tenía un sentido de consulta médica entre un paciente y su médico, decía: “Señor mío, doctor por la Gracia, aquí una cuestión, una consulta que es ya la madre de mis hidalgas penurias y pesares, que sin sentido aparente me acompañan en noches de vela y días en avernos sin luz. Una insidiosa pregunta ronda mi sesera sin descanso: ¿Qué es la cordura?

Señor mío: es acaso, el pensamiento del adulto que ama la búsqueda del poder con endiablada avidez, y el triunfo sobre quienes lo rodean, o es el pensamiento del niño que crea castillos en la nada y vive aventuras dignas de magos con poderes infinitos, con un amor inocente, pleno de belleza, o es, acaso, el pensamiento del joven amante irredento y voluble, el pensamiento cuerdo.

No podrá negarme que la semilla que germina en las tres seseras, la del adulto, la del niño y la del joven, es el amor. Entonces ¿qué tiene de insano el que yo ame a mi Señora Dulcinea del Toboso, si este amor es una amante mezcolanza de todo?”

La tinta de la carta casi se había borrado por completo así que no sé quién la escribió, ni por qué. Me hubiera gustado conocer al enfermito, pero sobre todo a su médico, el doctor López, porque creo que ya me estoy deschavetando.