En medio de un contexto plagado de simbolismos, esta semana se producirá la primera reunión entre en presidente municipal, Luis Banck Serrato y su sucesora, Claudia Rivera Vivanco, la mujer que salió de la cantera del Movimiento de Regeneración Nacional.

En un ejercicio de civilidad, el edil en turno fue uno de los primeros en felicitar a la ganadora de la contienda, y eso lo coloca en un plano distinto de entre toda la clase política, en donde el tufo de desquite y la demagogia abunda. Banck decidió programar un presupuesto que permita al equipo entrante desarrollar sus actividades de transición, por ejemplo.

Para que el encuentro de esta semana se produzca, mucho debió suceder en tiempos de campaña. El trabajo de activismo, desde la trinchera de la diversidad sexual, llegó a ser tema de análisis en el cuarto de campaña de la presidenta municipal electa. Ser o no ser.

Su trabajo en la defensa de la comunidad lésbico-gay es tan sólo una de las variables que apuntan a un cambio de paradigma en el electorado, luego del 1 de julio que un viejo conocedor priista de las lides electorales compartió a este reportero días antes de la jornada: Puebla capital, ese viejo coto panista y conservador se tiñó de Morena, dijo con datos duros en la mano.

López Obrador y su oleada provocó el cambio hasta entre la sociedad mustia y conservadora respecto de nuevos actores en la contienda. Claudia Rivera, la activista de la izquierda, se vio urgida entonces de una metamorfosis para la que no había mucho tiempo, con un reloj que marcaba el fin de un plazo perentorio.

Enfrente un contrincante como Eduardo Rivera con un posicionamiento notable y quien gozó del apoyo del grupo de Rafael Moreno Valle, el panorama parecía incierto: el Rivera del PAN no sólo era un buen candidato sino un conocedor de la estrategia electoral.

A media campaña llegó Rafael Quiróz, el consultor en comunicación política que ya podrá colocar en su ficha curricular haber trabajado con las dos primeras mujeres en llegar al gobierno de la cuarta ciudad más importante del país en condiciones adversas: con la priista Blanca Alcalá en 2008 y diez años después, con la morenista Rivera Vivanco.

En la recta final de la campaña un día un grupo de empresarios encontró a una Rivera Vivanco reinventada: con soltura y dominio escénico habló de política pública y cómo es que se puede terminar con males endémicos de la administración pública, como los moches.

Ya no era la activista de gesto adusto que defendía sus tesis desde una trinchera combativa, sino la maestra en políticas públicas a la luz de escrutinio; hablaba de cómo mejorar servicios y programas desde el gobierno para satisfacer la demanda ciudadana.

Dejó la vestimenta característica de quien se curtió en las calles para vestir en sobrio traje sastre con colores claros adecuados a su tono de piel, un cambio discreto de maquillaje que matizó sus facciones y una línea discursiva que la puso a distancia de conceptos machacados como ‘mafia del poder’ y los ‘innombrables’.

Llamó a las cosas por su nombre, ofreció cumplir con la norma y no inventar el hilo negro en una población que cada trienio ve con azoro y enojo repetir esquemas de gobierno como fuente inagotable de innovación y audacia.

Funcionó la reinvención de esta joven que no tiene atisbos de contraer matrimonio ni hijos, que defendió a minorías sexuales en la conventual Puebla del siglo XXI y que acampó en la toma de Reforma luego de la crisis electoral de 2006 y tendrá su primer encuentro con el edil que le entregará las llaves de la ciudad, irremediablemente en los próximos días.