Híjole, amigo lector. Puebla se parece cada día más a una señora que conocí en mi niñez. Ella era una mujer solterona, como de sesenta años que, salía a las calles súper emperifollada, engalanada con un montón de joyería, anillos, aretes y un peinado extravagante, siempre de tacón alto y con harto perfume, hasta mareaba. Daba la imagen de una señora llamativa y peculiar, adinerada y culta, pero ¡oh! sorpresa.

Un día, tuve que ir a su casa a darle un recado del dueño de la tienda de la esquina donde me reunía con mis cuates al salir de la escuela. Toqué varias veces la puerta de su casa, y por poco me desmayo. Ella, la señora, traía unas greñas como de loca, se veía que no se había bañado en años. Su bata estaba llena de agujeros y las chanclas que calzaba tenían unos mega agujeros por los que salían los dedos gordos de los pies. Le di el mensaje del  dueño de la tienda y salí pitando de su casa, sacudiéndome las telarañas que colgaban del marco de la puerta.

Había cajas tiradas por todos lados. Las duelas del piso eran una ruina, los trastes de la cocina  se veían sucios y juraría que vi unos chones a la mitad de la sala.

Obviamente esta imagen sobrevive aún en mi mente. Tan es así que, el otro día que llevé a pasear a una sobrina mía, fuera de los clásicos lugares turísticos de nuestra angelical Puebla, regresó a mí la imagen de aquella señora emperifollada y ataviada con joyas de fantasía, que en realidad vivía en un verdadero y triste mugrero.

Así vi la realidad de Puebla, así es, cuando sales de las calles del turismo y de las áreas pirrurris. ¿Qué pasó con aquella Puebla digna, amable y siempre bien arreglada?... Quizás habría que preguntárselo a nuestros gobernantes y políticos o a los peinadores de nuestra economía… Pura fantasía, qué triste.

La realidad nos muestra los chones sucios en la mitad de la sala.