Si Andrés Manuel López Obrador es visto como el paladín que consiguió derrotar a la “mafia en el poder”, a los del “prian”, al “innombrable” o a esa “minoría rapaz”, quizá sea el momento de cargarle también otras prendas que van en desdoro de los logros democráticos en las urnas del domingo 1 de julio.

Uno no puede estar en desacuerdo con las ideas del futuro presidente por la necesidad de un cambio de régimen. El autor de esta columna votó por esa oferta en 2006 y 2018. Anteponer esa condición es indispensable pues subrayar impulsos impropios del tabasqueño traen en lo inmediato etiquetas, estigmas o teorías conspiratorias.

En Puebla, por ejemplo, le debemos haber impuesto a un candidato como Luis Miguel Barbosa Huerta, cuya trayectoria era harta conocida. Su paso por grupos de poder como “Los Chuchos” en el PRD es ya un ejemplo de la calidad política de este hombre que acusa fraude electoral en cuanto foro se presenta.

En medio de una multiplicidad de perfiles para la boleta se decidió por su persona y sin embargo fue votado por una circunstancia histórica: el grupo de Rafael Moreno Valle no es más una opción y ese sentimiento general redimió hasta al senador con licencia, un pactista hasta con el propio Moreno Valle, Peña Nieto y un largo etcétera.

La semana pasada asistió el autor de la Parabólica en calidad de invitado a uno de esos conversatorios, convocado a las 9:00 para el que el ponente arribó hora y media después. Lo hizo con mal talante en general, especialmente con reporteros que dan seguimiento a sus actividades y que fueron citados a las 10:30.

El retraso en la agenda del ex candidato a gobernador se debió, se nos dijo, a un ataque hipoglucémico, pues padece diabetes desde hace años y que hizo crisis a finales de 2013 con la amputación del pie derecho. Todo ese episodio ha sido parte del discurso público del propio Barbosa.

Esa pudo haber sido la causa de la hostilidad con la que se condujo frente a los medios, aunque ya existen antecedentes de la irritabilidad de la que se hace presa. En este espacio han sido citados casos evidentes.

A Enrique Núñez, director de Intolerancia Diario le respondió: “esas preguntas no se hacen”, cuando el columnista preguntó en campaña para la serie #QuieroGobernar si las posibilidades de triunfo serían las mismas sin AMLO en la boleta el 1 de julio.

El 12 de enero, en el arranque de las campañas para senadores el Barbosa Huerta que fue admirado y apreciado por la prensa nacional levantó el bastón con el que se apoya y apartó “a palos” a los reporteros que cubrían el evento.

El resto de los acompañantes, muchos de ellos nuevos militantes y candidatos en la coalición Juntos Haremos Historia rieron con nerviosismo ante el desplante que quiso ser gracioso. Nos apartó como si fuéramos perros, dijo un colega.

La semana pasada fue hiriente, desafiante y ofensivo frente a los reporteros que querían saber sobre el avance del proceso de impugnación y nulidad del resultado de la elección. En medio de unas 70 personas del ámbito empresarial zarandeó a unos cuatro reporteros, entre ellos Fortino Morales del sitio digital Puebla.net.

Luego dijo que como gobernador trataría con “consideración” a los reporteros de la fuente, pero la falta de caballerosidad dominaba la escena.

Según especialistas el cuadro de hipoglucemia puede generar irritabilidad, ira, inestabilidad, nerviosismo, tristeza, dolores de cabeza y hasta fatiga y sobre ello abunda la literatura. Eso puede explicar la conducta pública de quien insiste en haber ganado la elección de gobernador en Puebla.

La pregunta es siempre la misma: ¿hasta dónde un padecimiento de salud puede influir o no en la conducta pública de un gobernante?, ¿Es conveniente hacer política pública con trastornos de conducta a la luz de una enfermedad tan severa como la diabetes?

En el equipo de López Obrador se hacen la misma pregunta, pero tal vez nadie se atreva a cuestionar la pertinencia del caso.