El otro día escuché un refrán que hacía años que no escuchaba: “Poderoso caballero es don dinero”. Pensé: ¿Qué sucedería si el dinero desapareciera de repente? Creo que la mayoría se volvería loca, por una simple razón, desde siempre nos han hecho creer que “uno es lo que tiene”, que tienes que dejar tu vida y tu felicidad embarrada en un despeñadero de frustraciones cueste lo que cueste para lograr tener dinero, fama, reconocimiento, poder.

En pocas palabras “yo soy lo que tengo”, y entre más tenga, ¿más soy? Pero entonces, ¿yo valgo gorro como persona?

La vida me ha dado la fortuna de convivir y conocer a muchas personas. Puedo asegurar que no son gente de mala entraña, ni mala onda. Sin embargo, no lo voy a negar, me da harta tristeza que no se den cuenta de lo que valen como personas, como seres humanos, que crean y aman sin aceptarlo o, sin darse cuenta. De una manera o de otra, todos sentimos, compartimos, soñamos y vivimos una vida  única y personal. ¿Acaso esos sentimientos  se adquieren en el banco, en el súper o en la joyería?

“Dime cuánto tienes y te diré cuanto vales”. Hermosas frases que nulifican los verdaderos valores del ser humano: simplemente lo convierten en una “cosa” que consume cosas. Siente que no vale nada o, muy poco, por si misma.

Termina por convertirse en una “cosa” insensible, porque  la sensibilidad no tiene ningún valor, a menos que se utilice para alcanzar el poder, para ser envidiado como “una cosa” envidiada por otras “cosas” que han dejado de valorar lo que en realidad son: personas con una gran calidad humana y, eso, si tiene un gran valor.

¿Cuánto puede valer un narco, un político deshonesto, o cualquier otro profesional de la corrupción, en comparación con un humilde maestro rural o, el médico de un pueblo olvidado o, el vecino que comparte lo que tiene sin esperar nada a cambio o la persona que te desea que tengas un hermoso día, de corazón, aunque no te conozca?