“Vamos a hablar de Tauromaquia que es la ciencia del toreo y del toreo que es la ciencia de la vida. Saber torear es saber vivir”
Ignacio Sánchez Mejías, Universidad de Columbia, Nueva York, 1929
 
 
Joselito “el Gallo” murió en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920. En el toreo, hay un antes y un después de esa fecha. Si alguien representa esa transición es precisamente su cuñado, Ignacio Sánchez Mejías (1891-1934).

Hijo de un próspero médico de Sevilla, de niño se hizo aficionado jugando al toro con los Gallo, Rafael y José. Su padre quería que estudiara medicina, pero Ignacio era un aventurero. Huyó a México cuando aún era adolescente. Trabajó como mozo de cuadra en una hacienda en donde pasteaba un encierro de Miura que había importado su hermano Aurelio, previamente establecido en México (Gil, 1934). Posteriormente actuó como subalterno y debutó como novillero antes de regresar a España en 1911, colocado en la cuadrilla de Fermín Muñoz “Corchaito”(Cossi?o, 2000).

Entre 1911 y 1918 alternó el oficio de banderillero con el de novillero. Actuó en las cuadrillas de las figuras de la época como Machaquito, Cocherito de Bilbao, Rafael “el Gallo” y hasta de Joselito. Tenía conocimiento, poder y valor en la brega y con las banderillas poseía habilidad para clavar en cualquier terreno con prontitud y con arte(Cossío, 2000).

 
Imagen 1: Sánchez Mejías en un pase sentado en el estribo por Ruano Llopis 

En 1915 se casó con Dolores Gómez Ortega, con lo que se convirtió en cuñado Gallito, su ídolo y gran amigo. Fue precisamente Joselito quien le dio la alternativa en Barcelona el 16 de marzo de 1919 con toros de los hijos de Vicente Martínez.  El escritor Ventura Bagüés, "Don Ventura" dijo de él:

Este torero ha traído algo nuevo a la fiesta de los toros: la exageración del peligro; más aún: la creación del peligro. Una y otra tarde se ha complacido en llevar a los astados a los terrenos más peligrosos, para exponer más. Cuando no podía haber emoción, la ha buscado él; ha procurado que la hubiera, inventado el peligro (citado en Cossío, 2000, p.21).

Sánchez Mejías toreó con Gallito la fatídica tarde de 1920 en Talavera de la Reina y dio muerte a Bailador, el toro causante de la muerte del Rey de los Toreros. Él había organizado una reunión entre Joselito y el crítico Corrochano para que mediaran sus diferencias, cuya consecuencia fue esa corrida como un intento para apaciguar al virulento periodista que desde tiempo atrás atacaba mordazmente a su cuñado. Hay una fotografía desgarradora en la que se observa a Ignacio inclinado sobre el cadáver de su cuñado, apoya su mano derecha en la cabeza del torero muerto y con la izquierda sujeta su desazón. La imagen es el reflejo de la muerte –la cara de Gallito– y del dolor –la cara de Ignacio– (ver imagen 2).

Imagen 2: Sánchez Mejías y Joselito en Talavera de la Reina el 16 de mayo 1920. Foto tomada de (Domingo, 2012)

El escritor y periodista Nicolás Salas afirma que la muerte de Gallito marcó profundamente a Ignacio y que, a partir de entonces, “en lo más íntimo de su ser quiere morir en la plaza” (Ortuño, 2008). Se convirtió en un torero con un valor asombroso, casi temerario. Por su formación como subalterno en las mejores cuadrillas de la época, era magnífico en la brega y uno de los mejores banderilleros, tenía una gran personalidad definida especialmente por su valor (Lyon, 1984). El historiador Nestor Luján dice que “era un caso patológico de valor (…) su valor fue sencillamente aterrador” (citado en Lyon, 1984).

En 1920 toreó 90 corridas. Después viajó a México para escenificar una inolvidable rivalidad con Rodolfo Gaona. Los siguientes años volvieron a ser años de muchas corridas y de triunfos en México y en España. A pesar de ello, el público –el mismo que lo había visto torear al lado de Gallito– le negaba que ocupara el trono del toreo. Corrochano dijo que “Ignacio no era el nuevo Papa… era el guardián del Vaticano” (citado en Hermoso, 2018). Romero (2000) describe esos años de Ignacio como de combate: contra los toros, en faenas de vibrante valor, pero también contra el público que le era permanentemente adverso.

Sánchez Mejías permaneció en la cabeza del escalafón hasta 1927, temporada en la que decidió despedirse (Romero, 2000). Su mente estaba ya en otra de sus aficiones, principalmente en la literatura. En su despedida, el poeta Rafael Alberti hizo el paseíllo vestido de luces como parte de su cuadrilla. José María de Cossío escribió al respecto:

Con todo, los que conocíamos la intimidad de su pensamiento, veíamos claramente cómo la inquietud de su espíritu le llevaba a alejar su interés del toreo. Para Sánchez Mejías podía constituir un estímulo la lucha; pero éste cesaba en cuanto sobrevenía la calma inherente al triunfo. Siempre había tenido aficiones literarias, y el trato con las más caracterizadas figuras de las Letras, y muy especialmente de las más jóvenes, había de llevar su interés hacia el cultivo de la literatura, nuevo género de lucha que le seducía ya más que la vencida de los toros (Cossío, 2000, p.26).

El año 1927 marcó no sólo a Sánchez Mejías sino a la literatura. Además de su despedirse de los ruedos, Ignacio impulsó y apoyó económicamente el acto en el Ateneo de Sevilla en conmemoración del tricentenario de la muerte de Luis de Góngora que sirvió de acta fundacional para un grupo de poetas que querían manifestar su rebeldía y crear un lenguaje nuevo. Se cree que sin Sánchez Mejías la Generación del 27 no hubiera existido(Belausteguigoitia, 2008), pues fue él quien convocó a García Lorca, Alberti, Cernuda, Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Bergamín y demás jóvenes escritores que conformaron aquella generación (Hermoso, 2018). Además, animado en su papel de mecenas, ofreció su casa para que se hospedaran los poetas (Garci?a-Ramos and Narbona, 1988).

Imagen 3: Algunos autores representativos de la Generación del 27 (foto tomada de https://www.lifeder.com/generacion-del-27/)

Siempre estuvo interesado en la literatura . Como torero, escribía sus propias crónicas. En 1928 estrenó Sinrazón, una obra de teatro sobre el psicoanálisis y en la que dio a conocer a Freud en algunos círculos españoles. El mismo año presentó Zaya, una comedia en tres actos en donde plantea el vacío que supone para un matador vivir lejos de los ruedos.

Pero, para nosotros, el momento cumbre de su vida intelectual fue la conferencia que dictó en la Universidad de Columbia en Nueva York en 1929. Lo presentó Federico García Lorca –por cierto, fue la primera vez que Federico habló de Ignacio Sánchez Mejías–. La presentación es perfectamente actual; y aunque fue dicha hace más de 89 años, es una breve descripción que podría suscribirse hoy día: “La única cosa seria que queda en el mundo es el toreo, único espectáculo vivo del mundo antiguo donde se encuentran todas las esencias clásicas de los pueblos más realistas del mundo. Yo con alegría le doy la alternativa en esta Plaza de Nueva York a Ignacio Sánchez Mejías” (citado por Manolo Molés en Ortuño, 2008).

En la conferencia en la Universidad de Columbia, Sánchez Mejías explicó lo que era la tauromaquia por su relación alegórica con la lucha entre la vida y la muerte (Romero, 2000). Recitó los elementos esenciales de la lidia y utilizó, como parábola, a Don Quijote y Sancho Panza, para develar sus significados.

Sánchez Mejías reivindicó el toreo desde una de las más importantes universidades en los Estados Unidos, para ello intentó liberar a las corridas de la acusación de crueldad. Según Ignacio Sánchez Mejías lo que para un extranjero podría representada una crueldad repugnante, para el aficionado no son sino momentos necesarios y fugaces de una unidad completa y trágica (Romero, 2000).

El torero afirmó que “mientras los seres humanos hablen tranquilamente del número de hombres que cada nación puede matar en un momento determinado, hablar de la crueldad de las corridas de toros es ridículo. Dentro de las crueldades humanas no se puede tomar nada, ni un pequeño detalle de algo que compita en belleza con la realización artística del toreo” (Sánchez Mejías, 2000, pp. 58-59). Más adelante aseveró que:

el toreo no es una crueldad sino un milagro. Es la representación dramática del triunfo de la vida sobre la muerte y aunque algunas veces, tal como en la tragedia griega, mueran el toro o el hombre, el contenido artístico de la lidia brilla sobre el instante y perdura por los siglos. Es el pueblo el que quiere ser torero porque quiere vivir, es el que quiere torear porque quiere hacer milagros(Sánchez Mejías, 2000, p.65)

Al hacer la analogía de la vida y la muerte, Sánchez Mejías también recurrió al carácter místico y profundamente cristiano de las corridas de toros, para ello narra un milagro de Santa Teresa de Jesús y lo explica de la siguiente manera:

En este milagro, verdadero milagro atestiguado, Santa Teresa de Jesús no hizo más que dar un buen pase de muleta. Un pase de muleta no al toro que embiste sino al dueño del toro, al demonio. Porque el toro es el verdadero demonio y para librarse de él hace falta hacer la cruz con la muleta y el estoque, obligándolo a humillar la cabeza y hundirle la espada en el morrillo, matarlo. Matar al toro es matar a la muerte y al demonio (Sánchez  Mejías, 2000, p.64).

Sánchez Mejías intentó explicar a su audiencia de Nueva York que la tauromaquia no es ni una diversión frívola, ni siquiera, una competencia deportiva entre hombres y animales, sino una “formación de alta cultura, una elaboración iniciática, un conocimiento que no es otro, en el límite, que la ciencia de la vida” (Romero, 2000, p.39). Esta conferencia en la Universidad de Columbia es hoy más vigente que nunca. La fiesta brava interpretada en las palabras de Sánchez Mejías –explica el sociólogo Pedro Romero de Solís– “se convierte en el símil más dramático de la construcción consciente de la vida, de la técnica más alta y depurada para la conquista de la plenitud del ser del hombre” (Romero, 2000, p.43).

La tauromaquia –para Ignacio Sánchez Mejías– es la ciencia de la lidia toro, que es la ciencia de la vida. Así lo enuncia, desde el comienzo de su conferencia: “saber torear es saber vivir” (Sánchez- Mejías, 2000, p.48).

Imagen 4: Ignacio Sánchez Mejías, torero que presentó una ponencia en la Universidad de Columbia en los EE.UU. en 1929 (foto tomada de https://www.abc.es/estilo/gente/20140504/abci-ignacio-sanchez-amor-201405021749.html)

Sánchez Mejías fue polifacético, formó parte de los ámbitos cultural, taurino, futbolístico, científico… Su biógrafo Andrés Amorós resumió su importancia de la siguiente manera: "Para mí, Ignacio Sánchez Mejías es algo así como Chaplin, Picasso o Lawrence de Arabia: un personaje tan singular, con tantas capacidades múltiples que fue torero, dramaturgo, pudo dedicarse a la política (…) si hubiera nacido norteamericano, ya hubieran hecho muchas películas sobre él". Además fue piloto aéreo, jugador de polo, presidente de la Cruz Roja y del Real Betis Balompié…José F. Ortuño, director del documental Ignacio Sánchez Mejías: Más allá del toreo (2008), aseveró:

La vida –con su sublimación perfecta en el arte– y la muerte son los dos polos que determinaron la existencia del diestro, algo que el documental busca recalcar. Eros y Tánatos tienen en el corazón de Sánchez Mejías un pálpito primario y esencial. Son los dos hilos conductores. Hemos intentado seguir dos elementos que constantemente formaban parte de su vida. Si se mira a Eros, Sánchez Mejías fue un hombre que vivió una vida intensa. A la vez que disfrutaba apasionadamente de la vida, la muerte le rondaba y formaba parte de su entorno. Sabía que cualquier día la muerte podía llamar a su puerta (citado en Belausteguigoitia, 2008).

En 1934 regresó a los ruedos. La actriz Margarita Xirgu le comentó a García Lorca “Ignacio me acaba de anticipar su propia muerte” (Hermoso, 2018). El torero dijo: “Vuelvo a los toros porque ha llegado con los años la hora de la formalidad… porque me asusta el peligro más que a nadie, vuelvo a torear” (Hermoso, 2018). Y le escribió un verso a su hija que podría anticiparse como una despedida:

A mi hija:
Cien mil toros mataría
para labrarte un camino de alegría.
Cien mil toros mataré
para que tú nunca sepas,
lo que sé.
Que en la vida, Pirujita
tan bonita,
se esconden por las esquinas
todas las malas partidas.
Y sería mi suerte mala,
si no te entrego a los pies,
como esta muerte matada,
tu tristeza
atravesada
por mi espada.

El 11 de agosto 1934 sustituyó a Domingo Ortega en Manzanares, una población de Ciudad Real (España). Recibió al toro Granadino, como era su costumbre, sentado en el estribo para que le diera una cornada en el muslo derecho. Murió el 13 de agosto en Madrid. Su muerte conmocionó al mundo de las letras e inspiró Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, considerada por algunos críticos literarios como la obra más importante de Federico García Lorca. El poema alcanza tales dimensiones que algunos seguidores de García Lorca, lejanos al mundo de los toros, han llegado a pensar que Sánchez Mejías fue un personaje de ficción creado por Federico.

Ignacio Sánchez Mejías… ¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué gran serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el rocío!  ¡Qué deslumbrante en la feria! (Lorca, 1959)… Tomó la estafeta de Gallito y se convirtió en un puente entre el mundo antiguo y el moderno, vinculó los toros con la literatura, pero, sobre todo, nos dejó –a los taurinos de todos los tiempos– una muestra de valentía para presentar y defender a la Tauromaquia en todo todo tipo de foros.
Como remate, dejo la declamación completa del poema de Federico García Lorca Llanto por Ignacio Sánchez Mejías