Don Antonio subió un mensaje a la red: “Pues hoy no fue la tarde en Teziutlán. Habrá más y mejores”. Sí, seguro. Pero la tarde no fue mala ni aburrida. Hubo toros y eso se agradece. El ganadero De Haro ha tenido un disgusto, porque la corrida no sirvió para triunfos de apoteosis, pero tuvo muchas aristas de emoción y de interés.

Vamos a ver las cosas positivas: El encierro fue parejo, muy bien presentado y se les veía la edad, tenían peso y trapío, muy en el tipo de la casa: lustrosos, grises y bonitos, y eso ya es ganancia. Los cárdenos poseyeron movilidad y ese es otro punto bueno. Además, es apasionante ver a un toro que se pone en plan de sinodal exigente, que no aburre y quiere pelea. El merengue que lidió Luis Pimentel era un catedrático de los que hacen falta en el ámbito del toreo, de los que no permiten titubeos ni más florituras que las que en estricto son indispensables. Los forcados no pudieron consumar la pega y eso, adiciona puntos, es que hay toros para hacerles monerías y otros no. Sin restar ningún mérito a los valientes del gobelino, al que esto escribe le gustan mucho los toros que no permiten que se les monten en las orejas.

El primero de José Luis Angelino tuvo peligro y en eso estriba su valía. La característica más sobresaliente del toreo es que es muy peligroso y el toro lo sabía, se puso en plan: “A ver maestro, enséñeme usted su cédula profesional”. El quinto requirió una lidia firme por codicioso, tanto que permitió una estampa de enorme torería cuando en banderillas se fue encima de Angelino al resbalar el coleta en la cara y luego, alcanzó a Pimentel, que hizo un quite heroico de los que son lección de Antropología filosófica, subtema “Generosidad”. He visto a morlacos que al diestro caído lo miran con cara de “ahora qué hago”. Un punto más a favor es que fue de los cornúpetas que requieren lidias magistrales y de esos, en este país, “ya casi se nos terminaron, joven”.

Fabián Barba y José Mauricio utilizaron los trapos más como instrumentos de defensa que como objetos para generar belleza. Por lo menos, dos mortadelos, como gritan los del Siete en Madrid: ¡Se fueron sin torear!, gracias a que estos diestros no tuvieron la vena de echar el pie adelante. Cuando José Mauricio despertó, se puso a pegar unos doblones señoriales y de mucho buqué. Serie de esas que pagan el boleto, luego, se desinfló por completo.

Por su parte, Barba en cada lidia tomó más precauciones que un enfermo de orquitis saltando una alambrada de púas.

La valía del encierro de De Haro también se vio manifiesta en los megapuyazos estilo ametralladora Sterling y en las trampas de las cuadrillas despavoridas, que durante la Feria del Toro de Teziutlán, salvo los casos de Gerardo Angelino y Carlos Martel, los demás se dedicaron a la fullería, a mostrar el catálogo de artimañas para librarla con el mínimo riesgo: pares de banderillas a la media vuelta, pasadas en falso, medios pares y otras cositas. Cuando los toros son toros hay emoción en el ruedo. De cargar la suerte, mejor ni hablamos y música maestro, que la escandalera ponga la emotividad borracha que el diestro es incapaz de ofrecer en la arena.

Es cierto, no empujaron como toros de cincuenta pases de carril, de los que las figuras piden: por favor, ganadero enchufe usted la máquina de pegar derechazos. Que sí, que faltó nobleza y en algunos casos una mejor manera de acomodar la cabeza, sí, desde luego, pero también, a los toreros les faltó raza y ganas de querer ser. La culpa fue de los toros pensarán ilusos, pero, ustedes maestros ¿a dónde dejaron las dotes de lidiadores?. Franelazo al aire, mantazo de regreso, pico, piquito piconero.

Claro que habrá más y mejores toros de la divisa tabaco y oro, sin embargo, regresamos contentos de Teziutlán. Fue una buena feria y se cumplió la expectativa. Espero que don Antonio de Haro siga en la línea de criar toros para la tauromaquia y no para las figuras, que lo de los pases bonitos sin peligro latente, es cosa muy ordinaria. Nada, que quede constancia de que la corrida fue emotiva, interesante y ni gota de aburrida.