Para algunos científicos como Edgar Morín, la ciencia tiene una adscripción social. Es decir, su desarrollo y evolución está inevitablemente asociado a las características socioculturales en donde se desenvuelve y aplica. De esta manera, y en un primer análisis del tema, un país que únicamente destina el 0.5 punto cinco por ciento del PIB a la ciencia, nos habla de unos gobernantes (que no de un país), en el que ese descuido no puede disociarse de intereses ajenos a la nación.

Significa que “México baila al ritmo que tocan otras naciones”, expresión de quienes participaron en el evento (23 de agosto), en el que, con el respaldo de instituciones de educación superior, Enrique Graue (UNAM), entregó a AMLO, el documento: “Hacia la Consolidación y Desarrollo de Políticas Públicas en Ciencia, Tecnología e Innovación. Objetivo estratégico para una política de Estado 2018-2024”.

Este evento y el documento mismo, debería de ser el punto de partida de una amplia discusión al interior del país acerca de lo que queremos como nación, así como lo que esperamos de la inversión en ciencia. Creo que el documento abunda en temas muy discutibles, por cierto, con respecto a la concepción de ciencia que tradicionalmente se ha tenido y, asimismo, a las políticas que se han implementado para su consolidación.

Infelizmente, y ante un acontecimiento como el ocurrido el primero de julio que esperemos no se diluya en la nada, el documento entregado por los representantes universitarios y las mismas autoridades, en escuetas declaraciones, parece que apuntan a más de lo mismo a pesar de que el presidente electo insista en que quiere romper con la costumbre. En lugar de aprovechar la coyuntura y empezar una amplia discusión acerca de la ciencia y el papel que debe tener en la sociedad, se refugian en los lugares comunes.

La ciencia tiene una adscripción social

La idea que se tiene de ciencia y que se refleja en el documento antes referido, tiene que ver con un concepto de ciencia que tiende a cohabitar con el estado en que se encuentran las cosas en el ámbito científico, y no moverle. El concepto de ciencia se confunde con el de tecnología, e innovación. Y esto no es así. Ese concepto de ciencia es precisamente aquel que ayuda a que el país baile al son que le tocan otras naciones, pero no se quiere ver así.

La ciencia en su versión asociada a la tecnología e innovación, pierde su esencia al menos de la manera en que la concibieron los hombres que le dieron fundamento durante el renacimiento y la ilustración: Debería servir para resolver los problemas que se habían convertido en una amenaza para la sociedad y, asimismo, tendrían que repercutir en mejorar las condiciones de vida de la población en general.

Esta idea original de la tradición científica renacentista, no puede perderse en un discurso sin contenido (tecnologicista y pretendidamente innovador), que busca que el país incursione o se consolide en materia de tecnología y la memoria artificial (y más bien orientado a obtener recursos para las universidades públicas, contra el que nadie puede estar en contra), no ha tenido resultados sociales en la lógica del discurso científico original.

El problema fundamental es saber cómo definimos la ciencia y cómo concebimos su utilización y el uso de los recursos públicos a ella dirigida. Una ciencia que no tiene conciencia acerca de para qué debe servirnos, no puede ser confiable, como diría Morín. Menos aún, esa es mi percepción, cuando se utiliza el discurso científico para presionar a favor del incremento del presupuesto a las universidades sobre todo públicas, que es muy importante, por supuesto.

La tecnología, el desarrollo de las técnicas, la innovación, por sí mismas no hacen nada. Se requiere también retomar el espíritu fundador de la ciencia y de sus fundadores, recuperar su visión original: que la sociedad viva mejor y no peor, pues nada más de pensar en la robótica y el daño que causa a los empleados, es suficiente como para pensar en que el desarrollo de la inteligencia artificial y el desempleo que provoca, significará ampliar la masa de la población clasificada como pobre y con hambre.

¿Se puede transformar sin ciencia a la nación?

Se requiere de un Estado o de unos gobernantes que entiendan de otra manera la ciencia, como un instrumento para incrementar la libertad de su pueblo. No pude ceñirse a discursos tradicionales y vacíos. Dijo AMLO (digo, no puede ser un “sabelotodo”), pero cae en vacíos: “a ver si hay dinero” o añade que se acabó la era neoliberal en México, pero no entiende que el bajo presupuesto y la manera en que se usa es precisamente la dialéctica de la globalización.

La Constitución dice que debe ser el uno por ciento del PIB el que se dedique a la ciencia y se debe cumplir sin cortapisas el precepto constitucional, no solamente porque lo dice sino porque es indispensable para un gobierno que quiere una Cuarta Transformación, pues ¿se puede transformar sin ciencia a la nación? Pero a la par, se deben revisar los paradigmas de la ciencia en México que parecen principios inamovibles, fundados y aplicados por seres de otros planetas, en lugar de socializarse el saber.

Ahora bien, aparte de los problemas estructurales de la educación en México, en particular la dedicada a la educación superior que enseña la ciencia con anquilosadas guías metodológicas, se debe concebir que la ciencia no es solamente ciencia exacta. Es fundamental, para un país como México, desarrollar las ciencias sociales. Tan importantes son los productos técnicos como los ideológicos. Un país con problemas de dependencia casi en todos los sentidos, requiere de unas sólidas ciencias sociales que sirvan de guía a la sociedad.

Sin conciencia difícilmente tendremos una ciencia socializada, enraizada y dirigida al bienestar de la población.