Pintaba bien y de inmediato, pensé que allí iba a pasar algo emocionante. Había dos opciones, la corrida en El Relicario en Puebla o la de la “Ranchero” Aguilar. Ni dudarlo. No se necesita ser muy conocedor para decantarse por Tlaxcala y el encierro de De Haro. La razón tiene corazonadas que el corazón no conoce, y la vida es dulce y guapa cuando se cree en ella. A los toros hay que ir con una gran ilusión prendida en la solapa.

Seis grises con trapío, un encierro parejo, fuerte y encastado; la media docena rematando afanosa en tablas, acometiendo al caballo, o sea, una corrida en el tipo de la casa. Cuatro cenizos fueron aplaudidos al llevarse sus restos las mulitas, dos de ellos con los honores del arrastre lento, todos bendecidos por los dioses del campo bravo.

Lo supe desde que anunciaron el cartel, había esperanzas, la casualidad no existe y no me equivoqué. Gerardo Rivera, Héctor Gabriel y José Mari Macías. Una combinación de jóvenes que a cambio de su falta de experiencia, ofrecieron al firmar los contratos, ponerle hartos cojones al asunto. Que su fama es pequeña –dijeron-  pero sus ambiciones muy grandes.

Había mucha tensión dramática en el ruedo. José Mari Macías lo tuvo en cuenta, por eso, no pidió música cuando algunos burdos la solicitaban a gritos. Él iba a poner el ritmo y los compases, pero no fue en ese toro, el torero interpretó el pasodoble sinfónico en el sexto. Como siempre que salen toros encastados, las cuadrillas no daban una, salvo Luis Castañeda Niño del bar, que ante el desastre y extravío de sus compañeros, se amarró los machos y puso un par de banderillas de “con permiso, voy a pasar a asomarme al balcón”. Por su parte, los picadores estropearon a todos los toros, sin embargo, los de De Haro, fieles a su gran casta, se impusieron al castigo. Al primero le pegaron tanto que dejaba charcos de sangre en la arena, al final, desangrado, terminó por doblar.

¿Por qué los jóvenes toreros no tienen a alguien que les aconseje aventurarse por caminos nuevos que ya son viejos?. Por ejemplo, que en vez de emplear “la leona”, las varas se armen con una puya moderada. Así, los toros les van a rendir más, aunque, ¡claro!, primero, habrá que poder con ellos. Hay encastes, como este, al que vale la pena disfrutar al máximo en la suerte de varas, ponerlos lejos para que se arranquen de largo, que las mujeres y los toros son más bonitos si se arrancan de largo. A ninguno de los tres espadas les pasó por la cabeza intentarlo.

José Mari Macías sabe bien quien es, se conoce a sí mismo -cuestión socrática- pero sobre todo, sabe lo que quiere ser, invocación a Nietzsche en cada muletazo. Estoico y calmoso, su faena fue entregada, culta, limpia, sazonada con aceitunas, alcaparras y toques de chile verde. Estuvo potente, sereno, macho, lidiador, artista y valiente, en dos palabras, estuvo torero. Se fue a hombros, en una salida de gloria muy bien ganada. Nada de trampas, el sólo frente al toro, un animal de esos que, siendo noble, piensa y sabe lo que deja detrás y al mismo tiempo, está perfectamente al tanto de qué la madre naturaleza lo armó con un par de pitones.

Pletóricos los ojos de verónicas, medias, chicuelinas, gaoneras y saltilleras y la memoria colmada de derechazos, naturales y pases de pecho, el paladar reconociendo aromas tlaxcaltecas y andaluces, nos quedó un inequívoco sabor a tauromaquia que la concurrencia aplaudió agradecida. Por si faltara, en contraste a la emocionante turbulencia del ruedo, la tarde fue serena, con nubes grises como los toros que tintos en sangre morían abajo y soles que a momentos, se les escapaban a las nubes para darle una luminosidad sosegada al cielo del campanario, que llamando feligreses columpiaba los badajos. Se acabó la corrida, José Mari en las alturas estiraba las manos para saludar admiradores. Nada, que salimos de la plaza felices, llevando el mundo por montera ¿y qué carajo si al otro día había que trabajar?, si por la de toriles salieron toros bravos.