Pocas cosas me producen mayor goce que ver a la Franja en el Cuauhtémoc. Y también, pocas cosas me producen mayor regadera de ‘muina’ que perder contra el América; así que ya imaginarán cómo anduve en los últimos días (nomás me acuerdo y...).  

Una vez dicho esto, ahora sí les cuento: el viernes pasado acudí muy gustoso al coloso de la colonia Maravillas, pero con ese revoltijo de sentimientos que invariablemente nos acompañan cuando se aparece, como luz divina, una de esas cruces marcadas en el calendario antes de comenzar el torneo.

Tal vez fue porque se trataba del América, un equipo acostumbrado a convertir sus tragedias en alegrías, aun cuando las situaciones parecen imposibles; es decir, ‘un grande’ del balompié nacional. O en palabras declaradas a pocas horas del juego por Brayan Angulo, incuestionable baluarte de los poblanos y quien, cabe recordar, fue pretendido por los azulcremas hace unos meses: “el más grande de México”.   

Tal vez fue por tratarse del América, sí, pero desde otra perspectiva: uno de los equipos -si no el principal- con mayores canonjías en el futbol de este país.

Tal vez fue porque el partido sería dirigido desde la imponente autoridad de uno de los colegiados con mayor repertorio de atrocidades en nuestra entrañable Liga MX.

Y tal vez fue porque a la hora de la verdad, ante su gente y en los escenarios donde deben darse los golpes de autoridad, el Puebla acostumbra no oler la sangre cuando debe; por el contrario, recula y recula hasta terminar atrincherado, aun cuando tiene todo sobre la mesa para llevarse el motín completo, olvidándose de trascender.

Al final, ninguna de las hipótesis anteriores contrarió a su naturaleza: ante la adversidad (perder la ventaja en el marcador y quedarse con un jugador menos en los minutos finales del partido), América respetó su espíritu encomiable y reaccionó como sólo algunos pueden actuar ante la desgracia.

Además, aunque el cinismo de su director técnico los oculta o exhibe a conveniencia, los azulcremas disfrutaron de los yerros que caracterizan a nuestro honorable gremio arbitral, sobre todo cuando este es representado por un pobre desgraciado (acudir a la RAE y elegir la definición que más convenga) como Luis Enrique Santander.

Y también porque, cuando se esperaba un cambio en el guion, el Puebla volvió a ser el Puebla.

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.