Siempre hay un límite, una frontera que respetar, una línea invisible y determinante que indica al ser humano los bordes, por ejemplo, que en una parte está la gracia y justo al otro lado de la raya, pegadito, se encuentra lo grotesco y lo infame. Si el que anda por ese territorio es un tonto, ¡cuidado!, es peor que un miura loco suelto a las seis de la tarde en un centro comercial.

Para no rebasar esa línea tenue sirve la inteligencia, la prudencia y  la categoría. Pero abundan los tontos y confunden por decir algo, la insolencia más burda con la claridad. Me pongo a temblar, cierro los puños y rompo los empastes de tanto apretar las muelas, cuando alguien dirigiéndose a mí pronuncia la frase: “perdone, con todo el respeto que usted me merece”, porque sé que habrá de todo, menos respeto. Por otra parte, está, también la muy peligrosa intención de ser gracioso y terminar por ser ofensivo y muy grosero.

Fue en el programa de televisión Late Motiv, un espacio de Movistar + que empieza a las once y termina a la medianoche, del que es presentador Andreu Buenafuente. En esta ocasión, el cómico Raúl Pérez se ha mofado del diestro Juan José Padilla. Lo ha hecho con tan mal gusto que ha enfatizando, mediante caracterización y exagerando modales, el daño que el torero ha sufrido en el rostro debido a las cornadas recibidas, una  en el ojo, cuando la cogida de Zaragoza por el toro de doña Ana Romero y otros percances. Haberse burlado del matador fue un acto de pésimo gusto, de torpeza extrema y de mucha cobardía. A ver, si con Padilla enfrente se pone tan gracioso.

Hizo parecer al coleta como un tonto, cuando el que estaba cometiendo la torpeza de su vida era el propio cómico. Daba vergüenza ajena verlo rebasar una y otra vez la frontera de la caballerosidad, la empatía y el respeto. “Siempre he sido muy atractivo, siempre he tenido los ojos saltones” es una de las desafortunadísimas frases dichas por el bufo. Cuando el presentador preguntó al ocurrente que parodiaba a Padilla, si los toros sufrían, contestó: “Claro que sufren, pero tampoco nos llames animales, que somos toreros”. Una pena de impertinencia.

¡Qué poca madre!, así decimos en México cuando alguien se pasa mucho más allá de la raya, la parodia sirvió para celebrar –vaya manera- el Día Mundial de los Animales. Porque ya se sabe, en la actualidad, todo tiene su fecha, el día mundial del huevo –en México lo celebramos todos los lunes- el del astronauta desempleado, el de los conejos explotados por los  magos, el de la caspa en el saco negro. No digo que este mal que los animales tengan su celebración y por supuesto, estoy de acuerdo en que debemos luchar por la preservación y bienestar de las especies. Sin embargo, cuando les comenté a “Tasha”, mi perra braco y a “Ennio” mi gato, a los que quiero tanto, que ese era su día, me mandaron por las cocas sin mostrar el menor interés, una se quedó mirando con sus ojos color miel, les juro que tenía en su cara una expresión de piedad y se fue a echar a su sillón predilecto. El otro, como hace siempre que no necesita nada, escapó por la ventana, creo que se iba preguntando qué habría fumado el amo.

Es que está de moda ser tonto, por lo menos, parecerlo. La gente tonta abunda, te salen al encuentro por todas partes, invaden tus terrenos, se meten en tus cosas, conducen a tu lado, opinan, juzgan, ponen a funcionar su iniciativa feroz. Los hay buenos, malos, guapos, feos, estudiosos, flojos. Un tonto con la rienda suelta es como una ametralladora cargada y con el gatillo recién aceitado en las manos de un niño de dos años. La televisión –ustedes perdonen, lo digo con todo respeto- es, salvo excepciones, un muestrario de tontos que divierten, desinforman, entretienen y atarantan a la sobrepoblación de tontos.

“Yo creí”, “no es lo que quise decir”, son frases que se utilizan como quitamanchas de la torpeza extrema. No lo duden, es cuestión de horas, para que el presentador y el cómico salgan a cuadro soltando el respectivo “no fue mi intención” y ahí, que muera la cosa. Sería lo mínimo.