Más de 25 millones de mexicanos, entre los que se cuenta a un poco más de 600 mil poblanos, han emigrado a los Estados Unidos asentándose en Nueva York, Nueva Jersey, Los Ángeles, Pensilvania, Atlanta, Houston y San Antonio, Texas entre los destinos más importantes. Cada familia mixteca poblana tiene al menos un familiar migrante.

Desde los años 40 del siglo pasado se tienen registros de migraciones temporales en el sur de Puebla. Con mayor intensidad esto se dio a partir de  los años 70. Muchos de nuestros familiares y vecinos emigraron a Nueva York y varias ciudades de la Unión Americana.

Evodio Merino Gil, originario de Progreso, en el municipio de Piaxtla, Puebla, junto con decenas de paisanos, emigró entre 1940 y 1950 varias veces a California, Estados Unidos. Iba por temporadas cortas, trabajaba en la cosecha de uva y hortalizas, juntaba su dinero y volvía.

Miguel Jiménez Veliz y toda su familia emigraron de Tecomatlán a Tehuitzingo, en el estado de Puebla en 1973, con el propósito de sembrar sandía y buscar mejores condiciones de vida. Luego, Miguel se fue a Nueva York en 1986, trabajó muy duro con poca paga y volvió en 1989. Posteriormente se fueron algunos de sus hijos.

La migración es un fenómeno inherente al ser humano. Se dice que no se es de donde se nace, sino de donde están enterrados nuestros muertos. Las oportunidades de desarrollo determinan el lugar donde vivir. Así ha pasado a lo largo de la historia, en todo el mundo.

La migración también se ha dado en forma masiva, algunas veces por situaciones forzadas por situaciones políticas, guerra civil, situaciones económicas, hambrunas, entre otras. Recordemos la migración italiana a Chipilo, en Puebla y Nueva Italia, en Michoacán; los niños de Morelia, procedentes de España o los refugiados Chilenos después del golpe militar contra Salvador Allende. Algunos fueron maestros míos en Chapingo.

Todas estas migraciones masivas tuvieron atención oficial cubriéndose las normas de internación a México por los conductos establecidos en las leyes y políticas de relaciones exteriores y, una vez aceptados, los extranjeros tuvieron acceso a todos los derechos como mexicanos. México se ha distinguido por proteger los derechos de migrantes, consagrados en nuestra constitución política.

En las últimas semanas hemos sabido de una migración masiva procedente de Honduras con dirección a Estados Unidos, pasando por Guatemala y México. Es un fenómeno no visto en el pasado reciente; al parecer, derivado de un proceso electoral presidencial donde los participantes quedaron inconformes con el ganador.

Siempre, una pugna electoral que antepone las ambiciones personales sobre las aspiraciones  colectivas perjudica a la sociedad y crea un rico caldo de cultivo para toda serie de inconformidades.  

México enfrenta la llegada de esta caravana a su frontera sur. Como mexicanos siempre hemos recibido a todos. Pero hoy, el problema es que no se están siguiendo los conductos diplomáticos. Se trata de un ingreso por la fuerza, de una caravana compuesta por estratos de todas las edades y condiciones físicas; se presume que no cuentan con experiencia laboral demostrable.

Es un problema social que amerita la mayor atención para reencausarlo por las vías establecidas. También requiere de la mayor aplicación de inteligencia diplomática y espíritu humanitario. Tan complicado es rechazar sin alternativas, como permitir el ingreso y otorgar visas de trabajo a la ligera.

La ayuda humanitaria  local o el apoyo para el desarrollo regional centroamericano pueden ser una opción.

Y no solo es por la amenaza norteamericana de cerrar la frontera, lo cual traería múltiples consecuencias socioeconómicas para México, sino por el impacto sobre la convivencia, la seguridad y la economía para los mexicanos. Oportunamente como lo ha informado el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, se ha ofrecido atención y apoyo por la vía legal a quien así lo solicite, descartando cualquier ingreso en forma ilegal o violenta que afecte a los mexicanos.

Esta situación debería poner en alerta a los tres órdenes de gobierno en nuestro país para establecer políticas públicas que fomenten en verdad el desarrollo de las comunidades, privilegiando el fomento productivo de acuerdo a las vocaciones regionales, atención a las necesidades prioritarias de la población por sobre ocurrencias, caprichos y modas que solo buscan el relumbrón con obras inútiles que nadie pide y que en nada impactan al bolsillo de los ciudadanos.

La caravana migrante es algo así como un urgente y crudo llamado a los gobiernos a retomar el camino para evitar verse reflejados en este espejo. Es una forma de decir que algo se está haciendo mal o no se está haciendo.

Ojalá se encuentre la mejor solución para los migrantes y los países involucrados.

* Ex Rector de la Universidad Autónoma Chapingo.