En el breve lapso de la campaña interna en el Partido Acción Nacional los dos únicos aspirantes condenaron, rechazaron y despreciaron el modelo de política partidista que permitió pragmatismo y corrupción desmedida, prácticas a las que abrieron las puertas Vicente Fox, Felipe Calderón y los grupos de pragmáticos que ya conocemos. Negarlo es un absurdo.

 El recién ungido Marko Cortés y su ex adversario, el mexiquense Manuel Gómez Morín establecieron una línea discursiva que más que confrontar propuestas según su particular visión panista, parecía dibujar de cuerpo entero al más pragmático los militantes en ese partido político, el senador Rafael Moreno Valle Rosas.

Pactos y acuerdos en oscuros rincones, bloqueo o persecución a líderes de grupos internos antagónicos, compra de conciencias, manipulación del padrón electoral, imposición de candidaturas, ausencia de democracia interna y la cancelación de una virtuosa práctica en el sistema de partidos como la discusión y deliberación partidaria.

Recordarlo obedece a un contexto particular porque el poblano parece encaminarse a la coordinación del grupo parlamentario de Acción Nacional en el Senado de la República, en el que se encuentran perfiles de mayor influencia política y de mejor interlocución interna; Moreno Valle ha actuado con reserva y distancia convenciera para evitar una exposición negativa que contribuya a una peor percepción de su carrera política.

Sin más empatía que la que produce el dinero acumulado en un sexenio de excesos y una astucia que se traduce en el más elemental oportunismo, el ex gobernador que cerró la puerta al panismo de la ortodoxia y la doctrina pero la abrió a gente sin asomo de escrúpulos, espera en un rincón oscuro hacer valida de factura por cobrar, por los servicios prestados en campaña.

El nuevo jefe nacional panista deberá enfrentar el primer reto para legitimar su naciente liderazgo: pagar cuentas pendientes en detrimento de un discurso de campaña que proponía privilegiar la buena política por sobre el cochinero en el que se convirtió ese partido político y que le costó el mayor número de votos perdidos en la elección de julio pasado.

 No obstante que la decisión de Damián Zepeda de poner en manos de la dirigencia nacional la coordinación del grupo senatorial en el Senado forma parte de los usos y costumbres en los pasillos del poder, abre la probabilidad de que el oscuro personaje se convierta en el pastor de ese rebaño azul, es cierto.

Y sin embargo no se puede desdeñar una máxima en política: un minuto puede ser una eternidad. Los iniciados en esas artes deben saberlo. El ex abanderado a la candidatura presidencial no ha abrevado de esa lección, y ello es evidente después de los tropiezos cometidos en forma sistemática.

En septiembre de 2016, cuando aún faltaban unos meses para terminar su mandato anunció que buscaría con todas sus fuerzas la candidatura presidencial que terminó por perder frente a Ricardo Anaya Cortés, el queretano que se había vestido de glorias pasadas y que redujo la captación de votos a un mínimo histórico.

Una vez perdida esa probabilidad, quiso ser dirigente nacional partidista, lo que tampoco pudo obtener no obstante haberlo anticipado; y la tercera sucedió apenas hace dos semanas, unos días antes de noviembre cuando reservó su opinión respecto de un tema de coyuntura porque se le reservaban responsabilidades mayores.

 El plazo se cumple, y podríamos estar ante la evidencia contumaz de que el pez por la boca muere.