Pronto vendrán nuevas elecciones. La Cámara de Diputados está completamente atomizada. El Senado de la República ha visto degradar la homogeneidad de su cuestionable grupo mayoritario desde hace poco más de cuatro años.

La calificación crediticia de nuestro país va de mal en peor. Los inversionistas internacionales han perdido la confianza. El Tren Maya se encuentra apenas al 35 por ciento de su totalidad y ha representado un gasto anual promedio de 20 mil millones de pesos etiquetados.

El corredor transítsmico que competiría con el Canal de Panamá no ha podido concretarse.

Hace casi tres años comenzamos una dura guerra fría comercial con el país vecino del norte, Estados Unidos. La reelección de Donald Trump basada en los altos índices de popularidad que atrajo la implementación del muro fronterizo y la mano dura ejercida contra las mareas migrantes dañó severamente la relación binacional.

Aunque el Tratado México-Estados Unidos-Canadá sigue estando vigente, la relación fáctica se rompió, pues sólo las grandes potencias orientales siguen confiadas en invertir en la nación. Los megaproyectos de infraestructura sólo han podido realizarse gracias a la inversión de China y de Arabia Saudita. Para el descontento de América del Norte, no nos ha quedado otra opción más que aceptar cada una de sus propuestas.

La cercanía con países de la OTAN nos ha alejado de la inversión natural que se tenía en el MERCOSUR. La crisis de extremo nacionalismo brasileño, junto con la permanente devaluación argentina y la falta de liquidez colombiana no han hecho sino acrecentar nuestras carencias como nación bisagra.

Los grandes organismos financieros internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional han perdido la fe en nuestras finanzas. La rotación de secretarios de Hacienda ha sido vertiginosa, luego de la caída de la moneda mexicana, que fue denominada el Efecto Tequila 2.0 o Efecto Mezcal. Nosotros hemos sido señalados como los culpables de la debilidad de los estados de Sudamérica.

Los índices de violencia siguen disparados. La intervención de las fuerzas armadas en materia de seguridad pública ha disminuido proporcionalmente al aumento de grupos delictivos más capacitados y con altísimo poder de fuego.

Nuestra moneda está severamente devaluada. Ahora recordamos con nostalgia cuando el dólar americano se cotizaba en 23 pesos. Hoy es el doble.

La igualdad y equidad social se ha vuelto una pantomima que ya ni el gobierno federal puede defender. La existencia de delegados estatales ha provocado que la aplicación de programas de bienestar, como ahora son conocidos, sea sesgada y sumamente dirigida, principalmente aun electorado vulnerable pero políticamente redituable.

La alta tasa de desempleo sólo ha desequilibrado al mercado. Lejos de quedarse en el estancamiento, nos ha provocado una dura inflación. El periodo de “estanflación” ha requerido medidas desesperadas. Quien fuera candidato presidencial del PRI hace 6 años, José Antonio Meade, fue convocado para integrarse a la Junta de Gobierno del Banco de México, en un intento de recuperar el rumbo tecnocrático en la política financiera y monetaria nacional.

La cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México tuvo muchas más consecuencias de las deseables. El desplazamiento de las fuerzas militares de la Base de Santa Lucía dejó abierto un flanco en la defensa de la capital nacional.

Y aún falta el tortuoso quehacer político..