Tomó diez minutos delinear lo que parece un programa de gobierno con políticas públicas encaminadas a la recuperación de la seguridad, la libertad política y económica; el combate a la corrupción, la impunidad y el rescate de las clases medias.

Así fue el discurso que pronunció Fernando Manzanilla Prieto, coordinador del grupo parlamentario del Partido Encuentro Social desde la tribuna en San Lázaro, cuando correspondió fijar la postura de los grupos legislativo y senatorial en lo que él mismo llamó “la hora cero de la Cuarta Transformación” axioma en el hilo central discursivo del Presidente Andrés Manuel López Obrador.

Con el telón de fondo de la eventual anulación de la elección de gobernador en Puebla, último de los fallos que derivaron el proceso comicial del 1 de julio pasado que dio como gobernadora electa a su concuña, Martha Erika Alonso Hidalgo, el declarado enemigo político del grupo del panista Rafael Moreno Valle, Manzanilla Prieto usó la más alta tribuna del país para esbozar su idea de un gobierno “fuerte pero esbelto, ágil y eficaz, eficiente y sin trabas”.

Por primera vez desde que irrumpió en la escena como coordinador de la campaña de Moreno Valle en 2010 y luego como Secretario General de Gobierno en 2011, el distanciado político y economista trazó los ejes que parecen ser quinta esencia de un gobierno futuro al amparo de un nuevo contrato social.

Estado de derecho, seguridad y justicia; economía, empleo y desarrollo sostenible; transparencia, honestidad y combate a la corrupción, dijo al tiempo que en un recuadro en la pantalla de la señal generada por el Canal del Congreso, se advertía la llegada del tabasqueño que veía coronada la larga travesía para colocarse la banda presidencial el sábado 1 de diciembre, ritual político en la transmisión del poder público en México.

Manzanilla Prieto usó con mesura, la necesidad de “dejar atrás divisiones, encono y discordia”, como lo ponderó Alfredo Toxqui Fernández de Lara, el primer gobernador en terminar su mandato de 1975 a 1981 luego de diez años de confrontación en Puebla que costó una larga cadena de desencuentros e interinatos en el periodo más convulso.

La pieza oratoria del diputado federal que hizo campaña por el distrito 12 de la capital bajo las siglas de la coalición Juntos Haremos Historia no dejó pasar la oportunidad de ofrecer apoyo y respaldo a la creación de la Guardia Nacional y con él, la desaparición de la Policía Federal y el Estado Mayor Presidencial.

Habló de la profesionalización de cuerpos policiacos y que desde Encuentro Social “apoyamos plenamente el Plan Nacional de Paz y Seguridad” de López Obrador y, en consecuencia, la creación de la Guardia Nacional.

Pero también habló del clima de libertades sociales, civiles y religiosas, la “observancia de un régimen de libertades, los derechos individuales y la felicidad de los mexicanos como fin último del Estado”; también habló de regímenes democráticos y tuvo palabras de solidaridad para quienes han padecido el totalitarismo.

“Fuerza y persistencia”, les dijo a los latinoamericanos en una clara alusión a la presencia en México de Nicolás Maduro, el dictador que como Rafael Moreno Valle en Puebla, persiguió y encarceló la disidencia política. “Estoy segundo que más temprano que tarde se abrirán las alamedas del pluralismo y la libertad”.

La exposición de Fernando Manzanilla en San Lázaro tiene un significado particular. En las últimas semanas su nombre ha sido mencionado con mayor atención como el probable gobernador interino ante la creciente probabilidad de la anulación de la elección.

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hará saber el fallo respecto de los dos juicios de impugnación que la coalición Juntos Haremos Historia y su ex candidato, Luis Miguel Barbosa antes del jueves 6 de diciembre.

El coordinador de los legisladores federales del PES lo sabe y parece haberse preparado para un periodo de gobierno. Si como lo han anticipado los seguidores de la oposición política en Puebla, habrá nuevos comicios, ya hay plan de trabajo para los próximos meses.

Caso contrario, habrá que considerar esos diez minutos en la ceremonia de transmisión del poder como el tiempo ocupado en una buena y articulada pieza oratoria.