Manuel Jiménez “Chicuelo” pasó a la historia como el inventor de las chicuelinas, pero su aportación al toreo va mucho más allá. Chicuelo fue un artista sevillano, irregular, pero con una profundidad, largueza y ligazón que lo convirtió en una de las figuras clave para el devenir del toreo moderno. Morente (2017b) explica que no se le ha dado la importancia histórica que merece porque los críticos e historiadores se confundieron y se perdieron en lo aparente de su toreo, en sus desplantes, en su garbo y fueron únicamente los aficionados los que comprendieron la trascendencia de su toreo en redondo. Fue Pepe Alameda (1961 y 1989) quien le hizo justicia al llamarlo el arquitecto del toreo moderno y colocarlo como pieza medular en el contínuum Guerrita-Gallito-Chicuelo-Manolete que derivó en el toreo ligado en redondo.

Chicuelo se forjó en la dura época de la Edad de Plata del toreo en España. Una etapa de transición del toro áspero, defensivo, con muchas patas de la antigüedad, al toro seleccionado para el temple y las distancia que requería el toreo heredado de Belmonte. Por eso se conoce a la Edad de Plata como la más sangrienta de la historia del toreo, en la que el público exigía las distancias impuestas por Gallito y Belmonte, pero en la que aún faltaba técnica. Chicuelo aprendió el oficio y, posteriormente, afinó el temple y a ligar en redondo en México con el naciente encaste Saltillo-San Mateo. Un artista en la línea más pura y clásica, como lo explica Morente (2017a): “El torero, eje vertical, situado en el centro de la faena con el toro girando a su derredor como los planetas giran alrededor del sol. De ahí viene y ahí está casi todo, por no decir todo, el toreo moderno.” 

Los mexicanos habían visto a Chicuelo realizar a el toreo moderno, ligado y en redondo –tal como lo habían soñado Guerrita y Gallito– con los toros Lapicero (1er febrero 1925) y Dentista (25 de octubre 1925), pero la trascendencia vendría en Madrid el 24 mayo de 1928 con la célebre faena al toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero. Federico M. Alcázar la proclamó como la faena más grande de la historia y José Morente como la obra de vanguardia y emblemática de una nueva era (Morente, 2017a).

Trataremos de reconstruir la faena usando las crónicas de Federico Morena (El Heraldo de Madrid), Federico M. Alcázar (El Imparcial) y de José Morente (2017c) quien no sólo describe lo sucedido en el albero, sino que cuenta las sensaciones del propio Chicuelo que escuchó de voz de Rafael y Manolo Jiménez, hijo y nieto del maestro Sevillano, respectivamente.

Corchaíto, un toro negro, calzón, coletero, marcado con el número 49, salió abanto, pero al abrirse en el engaño y salir tras los vuelos de capote, Chicuelo podía relajarse en el embroque y olvidarse de la técnica. Esto le permitió “torear, sólo torear y por el mero placer de torear”  (Morente, 2017c).

Seis verónicas y una media que Morena (1928) calificó de “soberbias” y Alcazar (1928) de “asombrosas, de quietud, temple de finura y gracias torera”. Posteriormente cuatro chicuelinas que entusiasmaron a los tendidos. Barrera y Cagancho participaron en quites, ambos por verónicas. Las de Cagancho fueron templadísimas, rematadas por una media colosal. El ambiente listo para la faena de muleta. Es importante señalar que un año antes se había oficializado el uso del peto en los caballos, lo que probablemente ayudó a dejar a Corchaíto a punto para lo que vendría después.

Morente (2017c) dice que, mientas citaba a Corchaíto, Chicuelo se acordaba de México, donde había toreado a gusto “pues el toro mexicano más toreable, más boyante, más noble, de mejor son y mejor embestida, hacía posible ese cante grande que rara vez permitía el toro español”. Manuel Jiménez había añorado: “Ojalá me toque uno como este en Madrid un día sin viento!" (Morente, 2017c).

Corchaíto fue noble y bravo en el último tercio. Chicuelo inició en el centro del albero ligando cuatro naturales inmensos que encendieron al público de Madrid. Basándose en la narración que le hicieron hijo y nieto del maestro, Morente (2017c) especula lo que pasaba por la mente de Chicuelo:

Mientras daba esos cuatro naturales, Chicuelo recordaba que esa forma de ligar se la había visto, el primero de todos, al pobre José, a Joselito. Con los toros buenos, Joselito les dejaba, en el remate, la muleta muerta en la cara y si el toro volvía por su camino, lo enganchaba sin tocarle, sin brusquedades, tirando de la franela, tendiendo la suerte y engarzando naturales. Uno tras otro. Eso le había visto Chicuelo a Gallito. Engarzar naturales, tantos como le dejaran los toros. Que, esa es la verdad, solían ser pocos los que se lo permitían.

Después de esa primera tanda y el remate de pecho, Chicuelo ligó dos naturales más. Y luego otro más. Siguieron pases por alto, de la firma, molinetes, afarolados, pases del costadillo… Una gran variedad al más estilo del artista sevillano.

Después vino la apoteosis. Dejamos que sea Federico M. Alcázar quien la describa:
 

… lo grandioso, lo indescriptible, lo que arrebata al público hasta el delirio, es cuando el torero, ¡el torero!, ejecuta cuatro veces el pase en redondo girando sobre los talones en un palmo de terreno. Es algo portentoso, de maravilla y de ensueño. Suave, lento, el toro va embebido, prendido, sugestionado, describiendo dos círculos en torno al artista, que parece inmóvil en el centro (...) la plaza se cubre de pañuelos blancos, como una inmensa bandada de blancas palomas, que agitan las alas pidiendo la oreja para el sublime artista, que liga otros dos naturales inmensos, dos ayudados magnos, un afarolado maravilloso, altos y cambiados sublimes. Cada muletazo es un alarido (Alcázar, 1928).

Morente (2017c) narra esa misma escena de la siguiente forma:

Hubo un momento en que la plaza de Madrid se quedó en un silencio total y Chicuelo pensó que su faena no le estaba gustando al público (…) la plaza había callado en silencio sepulcral, no por disgusto sino porque la emoción del buen toreo había puesto un nudo en los corazones. Nadie, roncas las gargantas, podía ya gritar un olé. Y entonces ocurrió lo insólito, lo inexplicable. Todos los espectadores silenciosamente agitaban sus pañuelos al viento y pedían la oreja. La plaza entera muda pedía los trofeos antes de entrar a matar el torero.

 

Chicuelo entró a matar al volapié y pinchó. Pero continuó su faena creciéndose con otros cuatro naturales de asombro y dos de pecho. Otro pinchazo y, nuevamente, dos naturales tremendos. Algunos dicen que fueron los mejores porque el toro, sin fuerzas, ya no iba y Chicuelo tenía que tirar de él. Volvió a entrar a matar y dejó media estocada en buen sitio. Corchaíto, con esa bravura y fondo, luchó hasta el último momento como lo describe Federico Morena (1928): “La muerte del toro es preciosísima: se abre de manos para sostenerse y, al fin, cae desplomado con las cuatro patas por alto”.

Fue cuando chicuelo levantó la vista y vio el tendido poblado de pañuelos. Comprendió, entonces, que la faena, con la que él tanto había disfrutado, había conmovido a los taurinos madrileños.

Emocionado él también y quizás algo sorprendido le comentó al Rerre su alegría porque, pese a los pinchazos, le estaban pidiendo la oreja. La respuesta fue tajante: "¡No, Manuel, te están pidiendo la segunda! ¡La primera ya te la han dado mientras toreabas! ¡Acabas de cambiar el toreo! ¡Has hecho historia!" (Morente, 2017c).

Alcázar (1928) coincidió con las palabras del Rerre, quien entonces era el banderillero de Cagancho:

¡Qué asombro! ¡Qué maravilla! ¡Qué portento! No he visto nada más grande en inspiración, en gracia, en majestad. Ha sido algo único y sobrenatural, que excede los límites de toda hipérbole. Las faenas más grandes del toreo quedan oscurecidas, empalidecidas junto a esta faena inenarrable y fantástica, verdadera cumbre de arte. Ayer Chicuelo borró la historia del toreo y escribió la página más excelsa en un jirón de cielo azul (Alcázar, 1928).

Chicuelo es entonces una de las figuras fundamentales en el hilo del toreo. Un diestro de arte, con ángel, gracia y chispa. Y así como es el continuador del hilo de Gallito en el toreo en redondo, fue también su discípulo en la variedad capotera. Su creatividad llegó a la máxima expresión con invención del que, quizá, es el quite más practicado en la actualidad: la chicuelina.

La Real Academia de la Lengua describe la chicuelina como “lance que se realiza con el capote por delante y los brazos a la altura del pecho, en el que el torero da media vuelta al tiempo que el toro pasa por el engaño". El quite lo realizó Chicuelo por primera vez en México y, en España, lo ejecutó inicialmente en Valencia en 1924 (Alameda, 1989). Es una derivación de la navarra de Guerrita. José Luis Ramón (1998) lo explica de la siguiente manera: “La suerte que en España se conoce como navarra, en México se denomina chicuelina antigua, porque ésta fue la primera que allí hizo Chicuelo, diestro que es el creador de la chicuelina. Aquella primera suerte en la que Manuel Jiménez giraba sobre sí mismo en el sentido de la embestida del toro, al tiempo que toreaba al animal, está en el inicio de su chicuelina, y de ahí ambas denominaciones” (Ramón, 1998).

El torero bufo Rafael Dutrús "Llapisera" intentó apropiarse del origen del lance y algunos historiadores (por ejemplo, Néstor Luján y César Jalón “Clarito) se van con la finta y le dan crédito a Llapisera. Pepe Alameda dijo que esto era una “ridícula pretensión” y clarifica la evolución del lance:  “Pero la chicuelina, ¿no es una afinación, por ajuste, de la antigua navarra? ¿Y no está la navarra descrita terminantemente por Pepe Hillo en la primera “Tauromaquia” de nuestro toreo a pie. Hay además la vieja suerte del “embozado”, que la premoniza en su giro. ¿No constituye todo esto una limpia etiología taurina?” (Alameda, 1989).

Manuel Jiménez “Chicuelo” representa, entonces, una evolución y un eslabón primordial que explica el toreo de hoy en día. Asimiló las suertes y la técnica que nació desde Pepe Hillo, bebió de la fuente de Gallito, pero su intuición e inventiva llevaron el toreo un paso más allá y esto permitió que llegaran Armillita y Manolete para continuar con el hilo del toreo. Como decía Alcázar: ¡Dios te salve Chicuelo! ¡Salve tu arte soberano! Y que tu recuerdo inspire a los artistas actuales a seguir creando para que la Fiesta de los toros siga conmoviendo a los aficionados a los dos lados del Atlántico.