Al nuevo secretario de Seguridad Pública, Fernando Rosales Solís no le gusta que su presencia pase inadvertida de ninguna manera. Todos deben ponerse de pie a su paso, en señal de respeto o sumisión. Quien se dirija a su persona, debe anteponer el grado de doctor. Un noble entre la plebe de uniformados azules, pues.

Pero la noble presencia del nuevo mando policiaco se empañó en las últimas horas. Dos acontecimientos de la compleja realidad poblana ensució la impoluta presencia de Rosales Solís, con todo y la manicura en las tersas manos del funcionario implacable... con sus subalternos.

El doctor no terminaba de conocer los corrillos de la fortaleza en donde se aloja el C-5 cuando un comando se llevó un cuantioso botín y propició el primer fracaso de quien antes se hizo llamar el mejor policía de México. La abolladura al ego vino de fuera.

Las crónicas periodísticas narraron la víspera de un espectacular robo a la sucursal de Banorte en uno de los sitios en los que más flujo en efectivo hay por estas fechas, como la Central de Abasto.

Entre otros puntos del estado debió haberse incluido en la estrategia preventiva de contención de la delincuencia en temporada decembrina, aguinaldos y fiestas. Pero ya sabemos que el noble doctor no fue capaz de ello. 

Es probable que el ex fiscal de Secuestros y Delitos de Alto Impacto con el tristemente célebre Víctor Carrancá no conozca de la tarea de prevención y que a los ojos de la propia secretaría les haya parecido normal que una camioneta tipo Suburban haya movido a un comando de 10 hombres armados que se pudieron haber llevado un millón de pesos en minutos.

Nadie lo detuvo ni inoportunó. Con paso veloz y franco se fue por donde vino porque nadie lo vio. En cambio, en la localidad de Francisco I. Madero en el municipio de Chilchotla, a unos 160 kilómetros de distancia de la capital, todos pudieron ver a quienes decidieron poner fin a la vida de un presunto feminicida que momentos antes habría ultimado a cuchilladas a su pareja sentimental.

La mujer de entre 25 y 30 años fue encontrada por los habitantes de esa comunidad, sin vida. Luego dieron con el presunto responsable a quien decidieron llevar a un predio al lado de un plantel educativo estatal, lo golpearon y luego decidieron quemarlo vivo.

Las imágenes de la mujer asesinada entristecen. Las del presunto victimario dan horror. Entre el maizal seco y chamuscado por el fuego sobresale apenas la mano derecha completamente carbonizada. El resto del cuerpo es inasible a la mirada. Imaginar la secuencia previa provoca sentimientos encontrados. ¿Muerto aquel se acabó la rabia? ¿Ley del talión?

Eso mismo debieron haber sentido los policías estatales que presenciaron la barbarie sin poder hacer nada para frenar a los habitantes enardecidos que mandan señales de seguir ejerciendo juicios sumarios a quienes aparenten haber infringido la ley o agravio alguno.

Nada de eso pudo saber Fernando Rosales porque adolece de un conjunto de conocimientos básicos: el sitio exacto de la Central de Abasto, el mercado de consumo más grande de la región en donde el flujo de capital abunda; la ubicación de Chilchotla tampoco está en su radar.

Sabe sí de las mieles del encanto por el poder absoluto en una dependencia integrada por servidores públicos a quiénes ya colmó la paciencia en cuestión de horas. Nada de eso importa porque el noble doctor vive su momento. Viva el hedonismo.