Donald Trump, el magnate y showman neoyorquino que ha revolucionado la política estadounidense con su retórica agresiva y sus exabruptos xenófobos, es falible. Decía que él siempre ganaba, pero la noche de este lunes, en Iowa, ha perdido.

El senador por Texas Ted Cruz, un conservador ortodoxo e intransigente, es el ganador republicano de los caucus o asambleas electivas de Iowa. Cruz, con un amplio apoyo de la derecha cristiana, ha derrotado a Trump. Cruz saca un 28% y Trump, favorito en los sondeos, un 24%, con el 99% del voto escrutado. El tercero es el senador por Florida Marco Rubio, con un 23% de votos.

En el campo demócrata, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton empata con senador socialista de Vermont, Bernie Sanders, uno de los vencedores morales de la noche.

El resultado igualado, en el campo demócrata y en el republicano, indica que la lucha por la nominación del partido en las elecciones presidenciales de noviembre será larga y reñida.

Iowa ofrece una de las paradojas fascinantes que da la política estadoundiense: un estado con más de un 90% de blancos no hispanos en el que el Partido Republicano da la victoria real y moral a dos latinos, hijos de inmigrantes cubanos que, además, defiende políticas de mano dura con la inmigración.

Tras conocerse el resultado, Trump compareció en un hotel de West Des Moines, junto a la capital de Iowa. Fue uno de los discursos más extraños que se le recuerdan: breve, sin exabruptos ni insultos a sus rivales.

El discurso de Rubio fue el de un vencedor, aunque quedara tercero. En el tono, recordaba al que Obama pronunció después de derrotar a Clinton en los caucus de Iowa en enero de 2008, una victoria que le catapultó a la nominación y a la Casa Blanca.

De los caucus de Iowa no sale un favorito claro entre los republicanos. Aunque Clinton gane, el buen resultado de Sanders —la mitad de participantes en las asambleas le han apoyado— revela que las divisiones ideológicas en el Partido Demócrata son profundas. La ex secretaria de Estado afronta los recelos de una parte del electorado.

Los caucus de Iowa —y el proceso de primarias en general— es un juego de expectativas. El buen resultado del senador por Florida Marco Rubio, por encima de lo esperado, le proyecta como el hombre del momento, el aspirante capaz de frenar a Trump, un electrón libre que ha desquiciado al Partido Republicano.

Sin tiempo para digerir los caucus de Iowa, la campaña se trasladará el martes a New Hampshire, el estado de Nueva Inglaterra donde, tras los caucus de Iowa, se celebran el día 9 las primeras elecciones primarias. En New Hampshire, con 1,3 millones de habitantes, los favoritos son Trump, para el Partido Republicano, y Sanders para el demócrata.

Iowa, un Estado de 3,1 millones de habitantes en el Medio Oeste, nunca decide la nominación, un proceso que dura cinco meses y en el que participan los 50 estados. Pero sí sirve para descartar. El primera damnificado de Iowa es el exgobernador de Maryland Martin O’Malley, aspirante demócrata que se retirará después de sacar menos del 1% de apoyos. En el campo republicano, Mike Huckabee también anunció que abandona la campaña.

Pero Iowa puede alterar la dinámica. De Iowa surge una alternativa sólida a Trump: el senador Rubio, un hijo de inmigrantes cubanoamericanos con undiscurso de republicano clásico: favorable al libre mercado, en lo económico; halcón en la política exterior; partidario de políticas migratoria rigurosas pero evitando ser ofensivo como Trump.

Rubio es la gran esperanza del establishment republicano, que históricamente ha logrado que sus candidatos en los caucus y primarias fueran los nominados a las presidenciales. El buen resultado de Rubio es también un alivio para unestablishment golpeado por la ola populista de Trump y Cruz.

El resultado de Trump, por debajo de lo que él mismo esperaba, no termina, ni mucho menos, con sus aspiraciones, pero le da una dimensión más terrenal. Hasta el lunes, Trump jamás se había sometido a una votación: el fenómeno Trump se basaba sobre todo en la popularidad en los sondeos, en las multitudes que atraía a sus mítines y en la atención mediática que despertaba. La política real es más complicada que la virtual.

Trump vendió que era un triunfador; se paseaba por los platós televisivos y los estrados de los mítines dando por casi segura la victoria. Una mayor modestia —palabra inexistente en el diccionario Trump— le habría permitido alardear de un resultado mejor de lo esperado. Ahora, el hombre que decía no perder nunca, que fanfarroneaba sobre sus éxitos inapelables, deberá gestionar su primera derrota.