Mucha gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Lo mismo sucede hoy. Porque aunque en el mundo se sucedan cambios impresionantes y se registren avances extraordinarios en el campo científico y tecnológico, aunque la feroz globalización nos impulse a dedicar mucho de nuestro tiempo a buscar un mayor bienestar, y a pesar de que se nos ofrezcan toda clase de creencias y diversiones, los seres humanos seguimos anhelando una luz que nos libere de la soledad, y que dé sentido a nuestra vida, haciéndola plena y eterna. Incluso, hasta los que no creen en Dios, muy en el fondo no pueden sustraerse a la duda “Quizá sea verdad”, como advertía Martín Buber.
Esto se debe a que los seres humanos somos religiosos por naturaleza, como afirmaba el gran historiador y etnólogo Mircea Eliade, algo que ya había intuido San Agustín al exclamar: “Nos has hecho para ti Señor, y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti”. Buscamos a Dios, porque Él es “todo el bien del hombre”, como señalaba Santo Tomás de Aquino. De ahí que la humanidad de hoy, al igual que la de “aquel tiempo”, se “agolpe” en torno a Jesús, esperando escuchar su palabra, que es Palabra de Dios. Él, haciendo suya la voluntad salvífica del Padre, dijo aquello que anunció el profeta Isaías: “Aquí estoy, Señor, envíame a mí”.
Así, el Hijo de Dios entró en nuestro mundo para salvarnos. Y queriendo que todos le viesen cara a cara, subió a la barca de Simón, al que luego constituirá “Pedro”, como señala San Juan Crisóstomo. Había otra barca, sin embargo, el Redentor eligió la de Simón Pedro. De esta manera nos enseña que es en su Iglesia la única que ha fundado, donde podemos contemplarlo. Esa Iglesia subsiste en la Iglesia católica, guiada por el Sucesor de Pedro –el Papa-, y los obispos en comunión con él. A través de ella, Cristo sigue rescatando a los hombres y mujeres del mar de la lineación, para conducirlos a la vida plena y eterna que sólo Él nos puede dar. Esto es lo que representa la pesca milagrosa que Pedro y sus compañeros logran, fiados en la Palabra del Señor.
En la Iglesia es Jesús quien actúa para rescataros de la tempestad de la vida y salvarnos.
Desde la barca de la Iglesia, a través del ministerio de Pedro y de los Apóstoles, con la red del Evangelio y de los sacramentos, Jesucristo rescata a los hombres y mujeres de “las amargas tempestades de esta vida” –escribe San Gregorio Nacianceno-, para conducirnos “a la playa tranquila de la vida futura” –concluye San Beda. “Por la gracia de Dios soy lo que soy –afirma el Apóstol San Pablo-, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado… aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo” ¡Es Cristo quien actúa!
“En el ministerio de Pedro se manifiesta, por una parte, la debilidad propia del hombre, pero a la vez también la fuerza de Dios… Demostrando que Él es quien construye su Iglesia mediante hombres débiles”, señala el Papa emérito Benedicto XVI, “Maestro –exclamó Simón-, confiando en tu palabra, echaré las redes”. Solo el poder de la Palabra de Dios, que por nosotros se ha hecho carne y alimento, puede hacernos salir del fondo de la confusión y de la sensualidad; puede hacer surgir nuestro matrimonio del abismo de la rutina y el desamor, a nuestra familia del mar tormentoso de la incomprensión y la división, a nuestro noviazgo de embriaguez de la pasión, y a este mundo de la borrasca del relativismo, y las faltas de respeto a la vida y a los derechos humanos, para alcanzar juntos una vida plena y eternamente feliz.
Al igual que en aquel tiempo, hoy Jesús pide a la Iglesia, es decir, a todos los bautizados, que, unidos al sucesor de Pedro y a los obispos, fiados en su palabra, y no en nuestras ideas ni capacidades, nos adentremos en el mar del mundo y de la historia, para echar las redes que rescatarán a la humanidad de la alineación, y llevarla a la tierra donde se halla la luz de Dios, en quien “comienza realmente la vida. Quizá, al escuchar la propuesta del Señor sintamos temor, porque seguirlo no es lo más común. Robert Frost escribió: “Dos caminos divergieron en una senda amarilla”. ¡Sigamos a Jesús, que es el Camino, y veremos la diferencia! Él concluirá en nosotros y en el mundo su obra, y nos pondrá a salvo.