Una persona subió a un pequeño barco. Al zarpar, con emoción admiró la inmensidad y la belleza del océano. Pero después, a causa del movimiento, experimentó un terrible mareo. Entonces el capitán dijo: “si no quiere sentirse mal, mire hacia arriba”. ¡Que buen consejo para quienes surcamos el gran mar de la vida!: miremos hacia arriba, para no marearnos, ni con los bienes del mundo, ni con los embates de las crisis y problemas. Y mirar hacia arriba es hacer oración. “Para mí, -escribe santa Teresa del Niño Jesús- la oración es impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto en la prueba como en la alegría”. ¡En la oración, es Dios quien nos busca para saciar nuestra sed de una vida plena y eternamente feliz!”.

Por eso necesitamos orar. Así lo expresan con sinceridad los discípulos al pedir a Jesús: “enséñanos a orar”. Es tan vital, que santa Teresa de Jesús decía: “Si alguien no ha empezado a hacer oración… yo le ruego por amor de Dios, que no deje de hacer esto que le va a traer tantos bienes espirituales. En hacerla no hay ningún mal que temer y sí mucho bien que esperar”. Habla con tu Dios, que es el amor y la Misericordia Misma””, exhortó Jesús a santa Faustina. En la oración podemos dirigirnos a Él con la misma humildad, confianza y perseverancia de Abraham, conscientes de que siempre nos escucha, y de que concluirá en nosotros su obra. “Pidan y se les dará, nos dice Jesús, por quien “hemos recibido un espíritu de hijos que nos hace exclamar: ¡Padre!”.

Sin embargo, quizá alguien diga: “Muchas veces he pedido y no he recibido. Orar no sirve para nada”. Pero seguramente lo que le sucede es aquello que santa Teresa describe así: “Algunos quisieran tener aquí en la tierra todo lo que desean y luego en el cielo que no les faltase nada. Eso me parece andar a paso de gallina, escarbando entre el basurero”.  ¡No perdamos el tiempo, ni entorpezcamos nuestro camino! Creer en Dios es fiarse de Él, sabiendo que nos da lo que más nos conviene, no para una alegría pasajera, sino para nuestra felicidad plena y eterna. Por eso, en el Padre Nuestro, nos enseña a pedir “Todo lo que podemos desear con rectitud… según el orden en que conviene desearlo”, como afirma santo Tomás de Aquino.

La oración perfecta: el “padre Nuestro”

En Cristo se nos ha dado una vida nueva, mediante la fe en el poder de Dios: por eso Jesús nos invita a llamar “Padre Nuestro” al Señor de todas las cosas, en comunión con la Iglesia. Esto nos compromete a actuar siempre como hijos suyos, tratando como hermanos a todo hombre y a toda mujer, valorando, respetando, defendiendo y promoviendo su vida, su dignidad y sus derechos inalienables. De ahí nuestro ruego de que su Nombre sea santificado, a fin de que todos conozcamos al único y verdadero Dios, y alcancemos la unidad. Por eso suplicamos que, con su gracia y nuestro esfuerzo, se haga realidad en nuestra familia, en nuestro noviazgo y en nuestra sociedad su Reino de amor, que Cristo vino a inaugurar, y que llegará a plenitud con su retorno definitivo.

A nosotros nos toca poner de nuestra parte. Por eso, a fin de ser capaces de elegir el verdadero bien, le rogamos que se haga su voluntad, que es lo mejor para todos, ya que Él quiere que nos salvemos. Si, Dios se interesa por nosotros. De ahí que podamos decirle “danos hoy nuestro pan de cada día”, suplicándole nos conceda los bienes materiales y espirituales que nos son convenientes, comprometiéndonos a trabajar y actuar con justicia, para que nadie carezca de lo necesario: alimento, casa, vestido, salud, seguridad, educación, trabajo digno, afecto, respeto, comprensión, y sobre todo, el alimento de su Palabra y de la Eucaristía, que hacen la vida plena y eterna. Vida plena, que nos introduce en la dinámica de su amor, capaz del perdón. Por eso le pedimos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Así, reconociendo nuestras faltas y rogando su perdón, le dejamos liberarnos de las cadenas del pecado y del rencor, para vivir la libertad maravillosa del amor, capaz de perdonar a los demás. “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”, imploramos, a fin de que nos ayude a no dejarnos engañar por el diablo “que tiene la costumbre de engendrar la falta”, conscientes de que, como decía san Felipe Neri, “en la batalla contra las tentaciones, el ganador es el que escapa”. ¡Fiados en Dios vivamos en paz, a pesar de las luchas y de las adversidades! Ya lo decía Santos Chocano: “El ave canta aunque la rama cruja, porque conoce lo que son sus alas”. Confiando en el Señor, procuremos hacer vida nuestra oración, para que todos podamos exclamar: ¡Padre Nuestro!.