II Domingo de Adviento, Ciclo A
Is. 11,1-10; Rom. 15, 4-9; Mt. 3, 1-12

Tiempo de Adviento, tiempo de preparación y alegría por el próximo nacimiento del Hijo de Dios, tiempo para estar velando y orando, como nos invitaba la Palabra de Dios el domingo pasado, vamos haciendo camino en este hermoso tiempo; la segunda vela de la corona que hoy encendemos en este segundo domingo, es signo de ello, y cada de una de las lecturas que meditamos pone de relieve este caminar. El Evangelio de hoy y del domingo que viene, hablan de la figura importante de Juan el Bautista. Hoy con un resumen de su mensaje, y el venidero con una alabanza a su figura en boca de Jesús mismo.

Con este amplio sentido hay que escuchar el llamamiento del Bautista. Se trata de la vida o la muerte, la ruina o la salvación. Entonces y siempre. Ningún profeta había antes añadido a esta llamada una razón semejante: “Porque el reino de Dios está cerca”. Esta locución resuena con viveza e infunde alegres esperanzas. Alude al establecimiento del reino de Dios en todo el mundo y para todo el tiempo, al triunfo brillante de Dios al fin de la historia, a la bienaventuranza y alegría de todos los que pertenecen a Dios. Este reino ahora ha llegado, está tan cerca delante de la puerta, que Juan puede decir: “Ahora realmente viene, lo proclamo. Era una hora emocionante...” *. 

De ahí que la Palabra de Dios nos anuncia una noticia como no puede haber otra mejor: que el reino de los cielos está cerca. ¡Anuncio formidable que mantiene viva la esperanza (cfr. 2ª Lect. Rom 15, 4-9), que nos invita a replantearnos nuestra actitud frente al Salvador que se acerca! Recordemos el centro del mensaje evangélico: Dios viene para dar vida a nuestra humanidad. Ante esta buena nueva, nos invita a preparar el camino, a enderezar nuestros senderos, es decir, “abrir nuestros corazones”. Que significa tener un corazón limpio, una actitud abierta, dispuesta a acoger y aceptar el mensaje de Dios, sea cual sea, un corazón sencillo, “convertido” a él, a su Palabra, a su Espíritu. Su mensaje es para nosotros una palabra de amor, de perdón, una motivación a reconocer nuestros pecados, es un mensaje que nos hace confiar en Dios y no en las fuerzas humanas.  

Se aproxima aquél que, lleno del espíritu que da sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia y temor de Dios, emitirá sentencia, no por las apariencias, sino dando con justicia a cada uno lo que con sus obras, eligió (cfr. Sal 72). ¡Él viene a traer la paz, y llevarnos a esa patria eterna donde nadie hará daño ni mal! (cfr. 1ª Lect. Is 11, 1-10). ¡Qué consuelo tan grande, especialmente para los desesperados, fatigados y agobiados por las crisis personales, las enfermedades, los problemas e incomprensiones, en casa y fuera de ella!: ¡Ya está cerca el Salvador!** 

Y para estar preparados para este gran acontecimiento el Bautista nos enseña cómo recibir al único que puede hacer nuestra vida plena y eternamente feliz. Por eso clama: “Convertíos; preparad el camino del Señor, enderezad su sendas”. Y el Adviento es una oportunidad que nos da el Señor para revisar nuestras acciones y nuestros pensamientos, de tal manera que también busquemos enderezar nuestros propios senderos, para bien nuestro, ciertamente cambiar de vida, de adecuarla a lo que Dios quiere, requiere valentía, pero Él siempre está dispuesto a ayudar con su gracia a quien lo busca con un corazón sencillo, sincero. Que María, “Virgen del Adviento, nos disponga a recibir con alegría a Cristo que viene”. Comparto con ustedes esta hermosa oración del P. Ignacio Larrañaga, para que nos ayude a vivir mejor nuestro Adviento, nuestro tiempo de preparación para recibir al Hijo de Dios. ¡Feliz Domingo a todos!

Viniste como amigo
Llegaste a mí, humilde y discretamente, para ofrecerme tu amistad. 

Me elevaste a tu nivel, abajándote tú al mío, y deseas un trato familiar, pleno de abandono. 

Me invitas a colaborar en tu obra redentora, a trabajar contigo con todas mis fuerzas. 

Quieres que nuestra amistad sea fecunda y productiva para mí mismo y para los demás. 

Dios amigo del hombre, creador amigo de la creatura, santo amigo del pecador. 

Al ofrecimiento de tan magnífica amistad, quisiera corresponder como tú lo esperas y mereces, procediendo siempre como tu amigo. Amén.
(P. Ignacio Larrañaga)